El domingo pasado, al final de la misa, un señor hacía propaganda sobre el comercio justo. Un comercio que es respetuoso con los derechos de los trabajadores, con el medio ambiente y en la que una parte de los beneficios se destinan a las comunidades que producen los bienes justamente comerciados.
Calificar un tipo de comercio como justo, supone que el otro comercio es injusto. Si no fuera así, el calificativo justo no definiría adecuadamente ese tipo de comercio. Es decir, que todos los consumidores que compran en Carrefour, o que consumen Coca Cola, están explotando a los productores y trabajadores de la cadena de valor que constituye nuestro sistema económico.
Mi confianza en el mercado como mecanismo regulador de los comportamientos económicos y también éticos de la sociedad me hace desconfiar de estos defensores del comercio justo y no creo que este tipo de comercio sea bueno para sacar de la pobreza a los productores a los que pretenden defender estas ONG. Es muy probable que un trabajador integrado en una estructura industrial y empresarial con métodos modernos de gestión sea mucho más productivo que un trabajador artesano que carezca de esos métodos de organización empresarial. Los productos que haga serán de mejor calidad, a menor coste y llegarán a traves de eficientes redes de distribución a un mercado mucho más amplio. El artesano sólo será capaz de ser más productivo, es decir, de sacar un rendimiento superior por cada hora de su trabajo, si el producto de su artesanía tiene un valor superior a los productos industriales, cosa que no muchos pueden alcanzar y que probablemente no sea apreciado por la mayoría de la población.
El discurso del comercio justo asume la tesis marxista de que el capital se apropia de los rendimientos del trabajo y que no le retribuye de acuerdo a lo que se merece en justicia. Otra de las concepciones detrás de la teoría del comercio justo es que el único agente de la cadena que aporta valor es el productor, mientras que los transportistas, distribuidores y comerciantes que acercan el producto al consumidor son meros parásitos que se apropian de esos rendimientos de forma ilegítima. Es una concepción medieval de la economía que olvida que una lechuga recién recogida en el campo no es un bien de consumo, pues no hay consumidor que pueda acceder a ella. El consumidor siempre estará dispuesto a pagar más por una lechuga en un supermercado que por una lechuga recién recogida de la huerta. Para abastecerse de forma "justa", el consumidor tendría que recorrer todas las huertas y granjas para abastecerse de lechugas, frutas, carne, leche, etc. con el coste que ello le supondría. Por tanto, la cadena de distribución realiza una función social esencial que contribuye al progreso y a la eficiencia del sistema.
Los adalides del comercio justo en realidad sustituyen a unos agentes económicos por otros que están dispuestos a renunciar a la renta que aporta su actividad de distribución en aras de esa pretendida justicia social. Es más, éstos no son más que unos aficionados en comparación con los profesionales de la distribución y del comercio y también carecen del método y la organización que hace eficientes sus procesos. Por tanto, esta gente sería más productiva y ayudaría mejor a la sociedad dedicando sus esfuerzos a otras actividades en las que estén verdaderamente especializados.
No entiendo por qué la Iglesia se presta a estos enjuagues anticapitalistas e insulta a los trabajadores de todas las empresas "capitalistas" diciéndonos que nos dedicamos a un comercio "injusto". Quizás debería renunciar a nuestros óbolos obtenidos de forma tan injusta.
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