Como decía en mi penúltima entrada, las vacaciones de este año se han visto truncadas por un serio problema con el cliente más importante que tengo. Estamos prestando un servicio desde Bucarest y Manila, con algún problema que otro. Así es que me encuentro en Bucarest esta semana viendo qué es lo que pasa y tratando de poner en marcha alguna acción que permita solucionar el problema. No es fácil.
Llegué ayer a Bucarest desde Madrid. El domingo había viajado desde Jerez, donde la familia pasa el resto de las vacaciones de verano, a Madrid. Paréntesis para hacer referencia a la humillante derrota del Real Madrid en su estadio ante el Sevilla por 3-5, para que nadie me recrimine que sólo me refiero a las victorias de mi equipo.
Bucarest está lejos de Madrid. El vuelo dura unas tres horas y media o cuatro, pasando por Valencia, las tres islas Baleares, Cerdeña, Roma, Pescara, Sarajevo y Belgrado. Todo el Mediterráneo desde Valencia hasta Italia está nublado, excepto una parte de Cerdeña. Parece que este año está haciendo un verano inusualmente lluvioso en el Levante español, cosecuencia sin duda del calentamiento global y del enfriamiento local. En Bucarest, sin embargo, sí se nota el calentamiento. Hace un calor como el que disfrutábamos antaño en Madrid en julio y agosto, con temperaturas por encima de los 35ºC. ¡Qué tiempos aquéllos en los que hacía calor, no había aire acondicionado y nadie se quejaba del calentamiento global! Ahora, sin embargo, en cuanto los meteorólogos predicen que las temperaturas van a subir por encima de los 30ºC hay una alerta de Protección Civil, del Ministerio de Sanidad y de la Consejería de Sanidad autonómica correspondiente, para aconsejarnos que bebamos agua frecuentemente. Cosas de la intervención del Estado en nuestras vidas. Seguro que si no hubiera esos avisos, alguien preguntaría para qué pagamos impuestos si el Estado no es capaz de refrigerar nuestras vidas.
Bucarest es una ciudad decadente. Tiene una gran cantidad de edificios del siglo XIX, muchos de ellos en un estado deplorable de mantenimiento, aunque algunos ya empiezan a ser restaurados por parte de las empresas propietarias o del Estado, muchos de cuyos organismos se alojan en edificios históricos. Otra característica de esta ciudad, como de todas las del segundo y tercer mundo es la cantidad de cables que cruzan sus calles. Prácticamente todas las infraestructuras de comunicaciones y de electricidad son aéreas, a diferencia de las ciudades de los países más desarrollados, lo que da una sensación de desorden y de descuido tremenda. Pasa lo mismo en Buenos Aires, en Estambul y en todas esas ciudades grandes que fueron importantes, que decayeron y que no tienen fondos suficientes para enterrar sus infraestructuras, ni para mantener las calzadas y aceras de sus calles. Gran oportunidad para las empresas de instalaciones y de construcción, siempre que sean capaces de convencer a los alcaldes, por un medio o por otro, de que les dejen hacer obras de canalización eléctrica, de gas y de teléfono. Creo que si esta ciudad recibiera unos cuantos millones de euros y restauraran la mayor parte de los edificios históricos y de sus calles, sería un lugar agradable para pasar tres días de turismo, antes de ir a ver al conde Drácula. Por supuesto, también hay típicos edificios de la época comunista: grandes moles de granito, con grandes ventanales ordenadamente dispuestos en la fachada, reflejo de la gran mole y poder del Estado. Parecido a los Nuevos Ministerios de Madrid,que al fin y al cabo, el estatismo totalitario es lo mismo en cualquier lado. De hecho, la "casa del pueblo" de Bucarest, donde reside el Parlamento de Rumanía es el segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono (leído en una guía de Rumanía).
No es una ciudad muy grande (2 millones de habitantes), pero tiene un tráfico terrible. Necesitan unos años de Gallardón, que les dejaría la ciudad agujereada de túneles y con un tráfico de lo más fluido. Otra razón más para invertir en una constructora en Rumanía. Llegar del aeropuerto al centro, no más alejado que Barajas del centro de Madrid, puede llevar más de una hora. Además, la gente conduce de forma casi suicida cuando el tráfico se lo permite. Se saltan los semáforos y los stops, la gente cruza sin mirar. Un verdadero peligro.
Es una ciudad que tiene todavía mucho que evolucionar para ser una ciudad europea al uso. En las calles céntricas, por donde paseé ayer a mi llegada, se alternan tiendas de lujo con sex shops y locales de alterne o con restaurantes baratos. Sin duda, la zona será tomada por las tiendas de lujo y dentro de unos años no quedará nada de esos locales, que serán desplazados a otras zonas menos prósperas de la ciudad. Sorprende la cantidad de casinos y casas de juego que hay. Por lo visto, la gente viene de Israel en vuelos especiales a jugar en Rumanía.
La población se ve bastante pobretona. Casi como los rumanos que se ven en Madrid. Chanclas o zapatillas de deporte, pantalones pirata y camisetas. Es decir, como los turistas que hemos visto estas vacaciones en Francia. ¿Por qué será que la gente se viste tan mal? No puede ser sólo una cuestión de dinero.
Desgraciadamente, no me he traído la cámara de fotos, ya que hay buenas fotos para hacer en Bucarest y podría colgar alguna en el blog. Quizás la próxima vez. Mientras habrá que conformarse con alguna de las vacaciones en Francia.
Quien quiera conocer más sobre Bucarest, que lea esto.
Bueno, parece que con la vuelta al trabajo me vuelven a entrar ganas de actualizar el blog. Tengo varios temas interesantes en cartera, como la llegada del Gran Hermano a China (no del programa de TV, sino del de Orwell), la escasa influencia de ZP en la política internacional, los políticos low cost, el enfriamiento global y muchas otras cosas que he leído últimamente en libros y periódicos.
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