Escribo esta entrada mientras regreso de Bucarest en el primer vuelo de la mañana. La semana no ha tenido mucho que reseñar. El martes me invitaron a cenar en un restaurante a la orilla de un gran lago que hay al norte de la ciudad. Un lugar muy agradable, con una fantástica vista de la puesta de sol sobre el lago. Ceno con dos ingleses, dos rumanos y una mujer polaca, aficionada a los bailes de salón y que habla seis idiomas: polaco, inglés, japonés, alemán, checo y ruso. No está mal. La comida no es gran cosa. El lugar debe ser uno de los sitios de moda de Bucarest, pues aparte de la cantidad de gente que hay para ser un martes por la noche, el aparcamiento está lleno de coches de lujo: Audi A8, Ferrari, Audi Q7…
El calor que ha hecho ha sido tremendo. Ayer se alcanzaron los 38º, con una humedad por encima del 70%. Creo que desde hace dos años en una escala en Córdoba en agosto no pasaba tanto calor. Por lo visto en julio se alcanzaron temperaturas cercanas a los 45º, por encima de las de El Cairo. Esto sí que es calentamiento local.
No he tenido mucho tiempo para pasear ni para visitar. He podido pasear al atardecer por los alrededores del hotel, especialmente por la Calea Victoriei, una calle de tiendas y restaurantes donde están algunos de los mejores hoteles. La zona que rodea el Ateneo, la clásica sala de conciertos de Bucarest, de estilo barroco, es muy agradable para pasear y para tomar algo en una terraza.
El trabajo ha ido bien, aunque creo que estos rumanos no son unos grandes trabajadores y tienen una cierta tendencia a engañar acerca de lo que hacen. Es decir, que dicen que han hecho lo que no han hecho, lo cual implica tener una supervisión muy estricta del trabajo. No sé si esto es alguna reminiscencia de la época de Ceaucescu y la gente no está acostumbrada a que le exijan, ni cree que lo necesita para tener un mínimo sueldo de subsistencia. Me parece extraño pues la mayor parte de la gente que trabaja en el equipo es muy joven, menor de 30 años, y no han vivido nada del pasado comunista. Quizás es una forma de ser que se transmite de padres a hijos y en los colegios, igual que en España se transmite la mentalidad funcionarial y de continua demanda a Papá Estado. Si es así, les queda un buen trecho por recorrer, pues sólo con la experiencia y después de varias generaciones serán capaces de desarrollar otra mentalidad.
Los seguidores del blog saben que siempre me he interesado por el tema fiscal y hace unos meses escribía varias entradas sobre el tipo único de IRPF. En Rumanía todo el mundo paga el 16% de impuestos, según me cuenta Aurelian, nuestro “hombre en Bucarest”. Es cierto que las infraestructuras dejan bastante que desear y no sé cómo tienen organizada la sanidad ni la educación. En cualquier caso, es un buen principio. No como el nuestro, que venimos del 56% en tiempos de Felipe González, ese gran estadista.
Este país, no obstante, va a necesitar muchos años para mejorar. Por ejemplo, en la parte de atrás del edificio de nuestra oficina hay un edificio de viviendas que da una imagen deplorable del nivel de la población. Al menos de la del edificio en cuestión. La fachada es de revoco de color gris oscuro con grandes manchas y algunos desconchados. Las ventanas están casi todas abiertas y de ellas cuelga ropa tendida. En muchas de las ventanas hay antenas parabólicas, símbolo de progreso, sin duda. Hasta aquí, todo más o menos normal en un edificio más o menos modesto. Lo realmente deplorable aparece cuando se mira al suelo al pie del edificio. Está lleno de basura, tanto en el terreno adyacente, como en los árboles que sobreviven en el entorno. ¡La gente tira la basura por la ventana! Un perro merodea entre las bolsas de basura, las botellas olisqueando en busca de algo que llevarse a la boca. Le pediré alguna foto a Sergio para ilustrarlo. O la próxima vez me traeré la cámara de fotos y sacaré yo mis propias fotos.
El calor que ha hecho ha sido tremendo. Ayer se alcanzaron los 38º, con una humedad por encima del 70%. Creo que desde hace dos años en una escala en Córdoba en agosto no pasaba tanto calor. Por lo visto en julio se alcanzaron temperaturas cercanas a los 45º, por encima de las de El Cairo. Esto sí que es calentamiento local.
No he tenido mucho tiempo para pasear ni para visitar. He podido pasear al atardecer por los alrededores del hotel, especialmente por la Calea Victoriei, una calle de tiendas y restaurantes donde están algunos de los mejores hoteles. La zona que rodea el Ateneo, la clásica sala de conciertos de Bucarest, de estilo barroco, es muy agradable para pasear y para tomar algo en una terraza.
El trabajo ha ido bien, aunque creo que estos rumanos no son unos grandes trabajadores y tienen una cierta tendencia a engañar acerca de lo que hacen. Es decir, que dicen que han hecho lo que no han hecho, lo cual implica tener una supervisión muy estricta del trabajo. No sé si esto es alguna reminiscencia de la época de Ceaucescu y la gente no está acostumbrada a que le exijan, ni cree que lo necesita para tener un mínimo sueldo de subsistencia. Me parece extraño pues la mayor parte de la gente que trabaja en el equipo es muy joven, menor de 30 años, y no han vivido nada del pasado comunista. Quizás es una forma de ser que se transmite de padres a hijos y en los colegios, igual que en España se transmite la mentalidad funcionarial y de continua demanda a Papá Estado. Si es así, les queda un buen trecho por recorrer, pues sólo con la experiencia y después de varias generaciones serán capaces de desarrollar otra mentalidad.
Los seguidores del blog saben que siempre me he interesado por el tema fiscal y hace unos meses escribía varias entradas sobre el tipo único de IRPF. En Rumanía todo el mundo paga el 16% de impuestos, según me cuenta Aurelian, nuestro “hombre en Bucarest”. Es cierto que las infraestructuras dejan bastante que desear y no sé cómo tienen organizada la sanidad ni la educación. En cualquier caso, es un buen principio. No como el nuestro, que venimos del 56% en tiempos de Felipe González, ese gran estadista.
Este país, no obstante, va a necesitar muchos años para mejorar. Por ejemplo, en la parte de atrás del edificio de nuestra oficina hay un edificio de viviendas que da una imagen deplorable del nivel de la población. Al menos de la del edificio en cuestión. La fachada es de revoco de color gris oscuro con grandes manchas y algunos desconchados. Las ventanas están casi todas abiertas y de ellas cuelga ropa tendida. En muchas de las ventanas hay antenas parabólicas, símbolo de progreso, sin duda. Hasta aquí, todo más o menos normal en un edificio más o menos modesto. Lo realmente deplorable aparece cuando se mira al suelo al pie del edificio. Está lleno de basura, tanto en el terreno adyacente, como en los árboles que sobreviven en el entorno. ¡La gente tira la basura por la ventana! Un perro merodea entre las bolsas de basura, las botellas olisqueando en busca de algo que llevarse a la boca. Le pediré alguna foto a Sergio para ilustrarlo. O la próxima vez me traeré la cámara de fotos y sacaré yo mis propias fotos.
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