La semana pasada se produjo uno de los momentos importantes, a mi juicio, de la reciente historia española. En una cena en La Moncloa (la moncloaca decía mi abuelo ácrata en tiempos de Suárez, no quiero pensar cómo lo llamaría ahora), Díaz Ferrán se resistió a los encantos de taxman Zapatero y dijo no a un pacto laboral, diálogo social. Díaz Ferrán, cuyas empresas tienen serios problemas de liquidez y que está envuelto en un escándalo en torno a la venta de Aerolíneas Argentinas plantó cara al frente Gobierno - Sindicatos, la izquierda radical anti-capitalista, que quiere utilizar a los empresarios como coartada de los desmanes y derroches que nos llevarán a un largo periodo de recesión y paro.
Se ha desenmascarado así a taxman y su "diálogo". Ha quedado claro que el cacareado diálogo no era más que un dictado del Gobierno y los sindicatos a los empresarios. Estos se han negado a copiar lo que los otros decían y ahora son tildados de anti-sociales, de enemigos del pueblo, de querer abolir derechos de los trabajadores.
Buen artículo de Jesús Cacho el domingo:
Pero quedaba el viernes, y ese fue su día de gloria, porque, en Palma y rodeado de sus ministros -¿alguien dijo austeridad?-, ZP se lució ante los periodistas durante más de una hora, elegante y pintón, actor consumado que tan pronto junta las yemas de los dedos, los pulgares apuntando al esternón, como abre los brazos tal que los toreros se abren de capa para recibir la pregunta tonta que me permitirá arrearle otra serie de mamporros a los de CEOE, todo a base de lugares comunes, expresiones triviales propias del vecino del tercero izquierda, que ahí está su encanto, un hombre del común, porque en él no importa lo que dice, sino cómo lo dice, con qué natural simpatía, derramando lisura y a su paso dejando aromas de mistura que en su pecho llevaba, y el presidente se gusta, se le ve feliz, se crece tanto que resulta fatuo, engreído, necio. Zapatero en el mejor de los mundos posibles: del brazo con los sindicatos y contra los empresarios, ya está, el Frente Popular versión 2009, aunque lo realmente suyo es el peronismo à la page, vieja demagogia populista con la televisión en directo: palo a los empresarios y más subsidios para los obreros en paro. ¿Cabe imaginar escenario más idílico para un radical de izquierdas como él?
Hablamos de un hombre que tiene un conocimiento muy superficial de los temas, que no mira un informe, no lee un papel -entre otras cosas porque se pasa el día colgado del móvil- y que suple sus lagunas formativas con la droga de la ideología y la muleta del eslogan. Hace escasas fechas aseguraba impávido ante uno de los grandes empresarios de este país que lo de repartir dinero a espuertas no es ningún problema y no hay que preocuparse por el déficit público, porque “ese dinero no es de nadie”. El empresario había intentado explicarle con la mayor claridad posible la acuciante necesidad de reformas de fondo que tiene España para salir de la crisis, y al final de su perorata todo lo que salió de la boca de Zapatero fue un “oye, fenomenal, todo eso que me has contado me parece muy bien, pero yo no voy a quitar derechos a los trabajadores. Eso no lo voy a hacer nunca. No quiero pasar a la historia como el presidente que acabó con derechos sociales que ha costado mucho conquistar”.
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