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2) ¿Alguien ha visto ultimamente a algún Bardem? Se gratificará.
3) La aprobación por la ONU santifica toda guerra. ¿Hasta que día exactamente ha sido Libia miembro del Comité de Derechos Humanos de la ONU?
4) ¿Qué tiene Libia que no tuviera Iraq? ¿Dictador enloquecido y criminal? OK ¿ Con designios genocidas sobre la propia población? OK ¿Petroleo? OK ¿Abundancia de fotos inoportunas y amistades peligrosas con lideres occidentales? OK Actuación como base terrorista? OK
5) ¿Cómo piensa justificar el gobierno que se ataque a Libia y se apoye a Mohammed VI de Marruecos que ha masacrado a la población saharahui y cuyo régimen es tan corrupto como el Libio?
6) Obama mantiene abiertas las dos guerras de Bush y ha añadido una propia. Le van a quitar el Nobel de la Paz o le van a dar el del año próximo a George W. que es, al menos, una guerra más pacífico que Obama?
Rompedor Sánchez Dragó en su artículo del lunes. Más de una feminista de pro estará haciendo conjuros contra él. Bibiana tiene que actuar de oficio.
DÍA DEL PADRE según el santoral de El Corte Inglés. Se asombra Boadella, en nuestro libro de conversaciones, de que los maridos de hoy acompañen a sus mujercitas al ginecólogo. ¿Qué pinta allí un maromo que se viste por los pies y carece de sonrisa vertical? No cabe imaginar situación más ridícula y humillante que ésa. Bueno, sí… La de una esposa solícita que vaya con su marido cincuentón al urólogo para que éste le palpe la próstata con los calzoncillos en los calcetines. A él, no a ella, claro, aunque todo se andará. Dicen algunas biólogas que pronto habrá féminas provistas del cromosoma Y en el par 22 y capaces, por lo tanto, de reproducirse entre ellas sin concurso de varón. Sobramos, eso es lo cierto. El mundo de hoy (y el de ayer, en contra de lo que los tamborileros del feminismo sostienen) es un matriarcado. De acuerdo, pero a no ser que nos lleven a rastras -¿doy ideas?- ni Boadella ni yo iremos nunca al ginecólogo. ¡Si no lo hemos hecho cuando estábamos en edad de merecer! Nos dijo al salir el libro una periodista que las mujeres preñadas necesitan apoyo psicológico y que ésa es la razón de que sus santos vayan a la consulta. ¿Apoyo psicológico? ¡Pero si nunca las mujeres son tan felices, pisan tan fuerte y se comen el mundo con más apetito que cuando están encinta! Somos nosotros quienes en tan embarazosa circunstancia necesitamos mimo, sopitas, yinseng y psicoanálisis. Mienten, como cobardicas que son, todos esos calzonazos que sonríen melifluamente y aseguran sentirse realizados (¡bonita cursilada!) cuando sus cónyuges les anuncian, entre dengues y ronroneos, que por fin ha sucedido. La paternidad, que nunca es segura ni obedece a mandato de la biología, sólo con el tiempo deja de producir terror en quien con desgana inicial la ejerce. Soy y he sido, y seré (si se tercia), un buen padre, pero jamás he puesto ni pondré un pañal. Mejor así, porque se me caería el niño al suelo y se escacharraría. Tampoco soy capaz, por parecidas razones, de freír un huevo. Las yemas se me rompen y el aceite me salpica. Las mujeres, sabias siempre, no me dejan andar entre las perolas. Nunca vi a mi padrastro, ni a mi abuelo, ni a mis tíos, franquear el umbral de la cocina. No seas cocinilla, me decían. Y no lo soy, aunque me gusta fregar, barrer y quitar el polvo. Tampoco me dejan. ¿Es eso crueldad mental? No. Es astucia. Quieren tener la sartén por el mango y el control de la escoba. Ya lo tienen. Siempre lo han tenido. ¡Socorro!
Muy bueno el artículo de Jorge Alcalde en Libertad Digital este fin de semana:
Inmunes a la histeria del miedo radiactivo, fueron muchos los que depositaron todas sus esperanzas en la razón y en la ciencia. Yo también. Al amanecer del domingo los datos fríos y objetivos arrojaban una radiografía fácilmente interpretable por cualquier físico nuclear. Fukushima no era, ni podía ser, Chernobil. La contaminación radiactiva aún estaba lejos de producirse. Pero miles de microsieverts de oportunismo y demagogia habían contaminado ya irremisiblemente el debate. En una y otra dirección. De ese modo, los informes técnicos, las informaciones llegadas desde Tokio, las mediciones de radiación, las imágenes aéreas... dejaron de ser datos para convertirse en argumentos arrojadizos de uno y otro bando. Del pro al anti y del anti al pro. Empezaban a oler a chamusquina.
Sólo así se entiende que en la mañana del lunes nadie acertara con el titular adecuado para dibujar la auténtica imagen de los acontecimientos. Ese día, nos guste o no, lo único que verdaderamente estaba claro era que la ingeniería y la física habían salvado la vida a miles, quizás cientos de miles, de japoneses. Que hasta entonces las centrales nucleares niponas habían respondido con toda la seguridad que la ciencia es capaz de aportar al envite de la naturaleza. El edificio resistía, los reactores se habían detenido, las medidas de evacuación habían sido tomadas con celeridad, la información desde el núcleo del reactor fluía. Si alguna de esas cuatro condiciones hubiera fallado (como ocurrió en Chernobil), miles de ciudadanos de las proximidades del complejo energético habrían estado en graves problemas, añadidos a los que el tsunami ya había provocado. No. Nadie se atrevió a dar el titular oportuno para el momento:
"Miles de japoneses, a salvo gracias a la rápida intervención de los técnicos nucleares".
En tales condiciones, mientras unos trataban de aferrarse a la imagen transparente que los datos arrojaban (yo también), otros decidieron jugar a la lotería del alarmismo. Apostaron por ignorar las evidencias y poner todo su dinero en la casilla Catástrofe. Prefirieron ejercer de brujos capaces de intuir un futuro incompatible con las informaciones que la realidad dibujaba. Utilizaron la bola mágica de cristal templado al miedo en lugar de la tozuda información de los medidores de estrés estructural, los contadores de radiación, los sensores de temperatura, los inyectores de refrigerante. Abandonaron el método científico para jugar a la ruleta del Apocalipsis. Y la ruleta giró y giró, sorteando todas las opciones razonables posibles, hasta que la bola blanca se detuvo en la casilla que nadie (me gusta seguir pensando que nadie) deseaba: ¡Catástrofe!
Los que pedían mesura y rigor habían comprado sus boletos para la esperanza (yo también), boletos adquiridos en la almoneda de la razón. Y se ven obligados a compartir el agitado escenario del casino viendo a algunos exhibiendo ahora (sólo ahora) sus billetes junto a una indecorosa sonrisa de "Ya os lo dije".
Mientras el destino se empeñaba en desbaratar, como una cascada de piezas de dominó, todas las previsiones posibles, los vendedores de miedo subían sus apuestas y recorrían el salón de juegos arrimando a su causa a nuevos acólitos de la religión del "Ya os lo dije": políticos medrosos en eterna precampaña electoral, comentaristas desinformados que absorbían el caos con la avidez del adicto al titular, científicos estrella cegados por la luz del telediario en directo, mandamases del emporio nuclear timoratos y asustadizos paseando a gritos un sentimiento de culpa que los convertía en presas fáciles... Entre esa feligresía, los alarmistas trataban de recoger píldoras de credibilidad con las que reponer sus exiguas existencias, severamente mermadas después de tantas alarmas incumplidas, tantas catástrofes acumuladas que pudieron haber sido y no fueron.
Pero la ciencia seguía estando allí, con sus 50 héroes acorazados tratando de refrigerar los núcleos de los reactores, con sus doctores aprovisionando de yoduro de potasio a la población, con sus ingenieros contabilizando el porcentaje de combustible expuesto. Y quienes no pertenecían a ningún lobby siguieron apostando sus fichas a la cada vez menos políticamente correcta casilla de la prudencia. Yo también.
Una semana después, la tragedia ha cambiado de bando. El tsunami ha dejado de estremecernos y sus víctimas no acongojan nuestros corazones tanto como las últimas mediciones de microsieverts de isótopos volátiles, con sus décimas y sus centésimas fluctuantes. ¿Por qué será que el terremoto de Japón es el que ha despertado la menor ola de solidaridad europea en la historia de las grandes catástrofes naturales? Los lobbies entretanto se remangan para recoger el rédito de su desesperada apuesta. Y el rédito llega a raudales. El nuevo debate nuclear, reabierto desde las cenizas del anterior, ya enarbola su mantra, escondido tras supuestas manifestaciones de apoyo al pueblo japonés que restaña sus heridas tras la desgracia del 11-M (maldita fecha): "¡Hay que cerrar Garoña!".
El número de muertos y desaparecidos a consecuencia del tsunami sube tan rápidamente como bajan los niveles de radiación en las proximidades de Fukushima, pero hay que cerrar Garoña. Medio millón de desplazados por la ola del maremoto buscan refugio en medio de la nevada nipona, pero hay que cerrar Garoña. Los japoneses dan a todo el planeta una lección de pundonor, organización, solidaridad y desarrollo tecnológico mientras se tragan las lágrimas tras la mayor catástrofe natural que recuerdan. Pero hay que cerrar Garoña.
Un mundo sin Garoña es un mundo mejor, más habitable, más verde.
Entre marzo y diciembre de 2011, la Organización Mundial de la Salud prevé la muerte de 11.000 haitianos afectados de cólera. Cerremos Garoña.
Según datos de la reaseguradora alemana Munich Re, en 2010 murieron 295.000 personas en desastres naturales (los terremotos de Haití y Chile y las inundaciones en India y Pakistán, a la cabeza). Hay que cerrar Garoña.
Doscientos muertos en los incendios forestales de Australia. ¡Habrá que cerrar Garoña!
No importa que en el mundo sigan muriendo cientos de miles de personas víctimas de la malaria, y que millones lo hagan por enfermedades víricas intestinales, mientras los grupos ecologistas se niegan a utilizar la manipulación genética para detener el avance de los microorganismos que las producen. Ahora, la prioridad es cerrar Garoña. ¡Qué más da si el aumento especulativo del precio de los cereales y las sequías en el Cuerno de África conducen a la muerte por hambre a poblaciones enteras, mientras los laboratorios de medio mundo temen la reacción pública contra sus semillas transgénicas! Siempre nos quedará Garoña. ¿Que hoy nuestros propios informes nos dicen que el aumento del CO2 es una amenaza inminente para la estabilidad climática del planeta? Pues mañana cerraremos Garoña.
El mantra se adueña de las conciencias y nubla el entendimiento. Hasta el punto de que nadie parece apreciar que la ciencia que hay detrás de las garoñas del mundo es exactamente la misma que permite a los molinos de viento generar energía casi limpia y segura. Que no hay dos legiones de científicos enfrentadas para dominar el mundo. Que no existe el Yin y el Yang de la física, el lado oscuro de la fuerza, el cielo y el infierno de la energía. Aireando impúdicamente sus pancartas frente a la embajada de Japón (bonita manera de respetar a los sufrientes), los grupos ecologistas vociferan contra un supuesto ejército de científicos locos conjurados para matarnos a todos a base chupitos de cesio-137. Pero ignoran que esos científicos atesoran el mismo saber que ha permitido extraer luz eléctrica de los rayos de sol a través de sus idolatradas células fotovoltaicas. Gracias a ellos podremos optar en el futuro a tener molinos de aerogeneración más eficaces y baratos, paneles solares más pequeños y potentes, instalaciones de biomasa más factibles, motores movidos por la fuerza de las olas que no floten en la nube de la ciencia ficción. Y centrales nucleares menos costosas, más pequeñas y aún más seguras.
Libia no es Irak, porque Libia está en el Mediterráneo, frente a las costas italianas, a “escasa” distancia de las francesas, griegas o españolas. Libia no es Irak porque el gas o el petróleo libios no llegan a Europa en barco. Libia no es Irak porque los kurdos son unos parias cuyo levantamiento no tuvo tanto atractivo mediático. Libia no es Irak porque Gadafi no lleva bigote. Libia no es Irak porque Francia ahora sí está de acuerdo en atacar y por eso, y nada más, hay resolución favorable del Consejo de Seguridad de la ONU. Libia no es Irak porque ahora España sí que pretende entrar en acción durante los ataques, más allá de prestar bases y espacio aéreo. Libia no es Irak porque en España gobiernan los del No a la Guerra, y entonces lo hacía Aznar. Libia no es Irak porque ahora no son Israel o Turquía los únicos países de nuestro entorno en peligro de sufrir represalias enemigas ante nuestros ataques…
En lo único que se parecen Libia e Irak es en que en ambos casos una coalición de más de veinte países, mayoritariamente democráticos, apoya la intervención (en estas situaciones, siempre se llaman a sí mismos, Aliados). Libia se parece a Irak en que Alemania habitualmente condiciona su política internacional (y casi todo) a la necesidad electoral de sus gobernantes.
Nada tan estéril, ni tan ridículo, ni tan humillante como los días de. Sirven de coartada para hacer lo que te dé la gana el resto de los días del año, folclorizan, fomentan el gueto, estigmatizan de un modo provinciano, aunque se trate de una celebración universal. Los días de son para gente que ha perdido, como la nostalgia, son las flores que llevamos a los rebeldes que fracasaron. Los días de son una rendición, una claudicación. Daban pena todas aquellas señoras, el otro día, en el palco del Camp Nou, exhibidas como monas de Pascua. Esa complacencia que mostraban acentuaba el patetismo de la estampa.
Los días de implican una renuncia al resto del calendario y significan asumirse uno mismo como una extravagancia. En Cataluña cada vez se venden más libros el día del libro (Sant Jordi) y cada vez los libros más vendidos son más absurdos y el pueblo catalán más zafio y más inculto. Sólo así se comprende que nos hayamos dejado hacer dos tripartitos.
El presidente del Barça, Sandro Rosell, autor intelectual del sarao uterino del sábado, tiene sólo a dos mujeres en su Junta, sobre un total de 20 directivos. Y todavía más: a pesar de que el día de la mujer fue el martes, invitó a las señoras al partido menor del sábado, ante el Zaragoza, en lugar de invitarlas el día exacto, en que se jugó el crucial partido contra el Arsenal, que naturalmente ni él ni sus directivos machos quisieron perderse por semejante patochada.
El feminismo siempre ha confiado en las estrategias peores para lograr sus objetivos. Y en las líderes más inconcebibles, como Bibiana Aído o Lidia Falcón, por citar una de cada registro y de cada época, extemporáneas siempre, grotescas, que nada han conseguido que no haya sido proyectar odio y resentimiento, mucha frustración. Lidia Falcón aún va por el mundo diciendo que es comunista y justificando, entre otras atrocidades, la invasión soviética de Praga. Lo de Bibiana Aído es tan irrisorio que ni merece comentario. Ellas, ellas dos y otras tantas líderes del feminismo, hicieron su buen negocio personal viviendo de la herida.
Pero ni la han resuelto ni han estado cerca de hacerlo, en parte por falta de inteligencia -eso siempre- y también porque han preferido el cinismo de explotar el conflicto que esforzarse por resolverlo. Todas ellas son como un día de, como un folclore, como un traje regional, como una falla.
Mientras tanto, no hay ni que decir que las mujeres inteligentes y capaces se abren paso sin dificultad gracias a su capacidad y a su inteligencia, y no aceptan jamás la humillación de que se les perdone la vida por ser mujeres, entre otras cosas porque no lo necesitan. Con su talento se bastan.
Las que sirven se hacen empresarias, o excelentes profesionales. Las que no sirven, a la queja, la bronca y al sindicato. Exactamente igual que los hombres. Exactamente el mismo proceso, el mismo mecanismo, la misma derrota y por los mismos motivos. Jamás he visto a ninguna mujer inteligente tras una pancarta en una manifestación. Hombres inteligentes tampoco he visto a ninguno. Tienen demasiado trabajo como para perder el tiempo en tonterías. Tienen demasiado trabajo tratando -ellos y ellas sí- de mejorar el mundo.
...la mayoría de las mujeres sonríen encantadas cuando les felicitan en "su día" y se entretienen recordando lo malo que es la llamada violencia de género, lo maravillosas que somos las mujeres, las diferencias salariales y que no hay mujeres en puestos directivos. Juegos infantiles.
La violencia es mala cuando no es en defensa propia, tanto si el agredido es un hombre como si es una mujer. Y si hay más violencia hacia las mujeres es, entre otras cosas, porque nuestras madres y padres no nos enseñan a defendernos y nuestros gobernantes se aseguran de que no lo hagamos. Si tu pareja te pega, denuncia. ¿A quién? ¿A una justicia que hace años nos da miles de razones para dudar de su eficiencia? No, primero, defiéndete, si sabes y ves la oportunidad. Y eso implica aprender a nivelar la diferencia física entre hombres y mujeres, lo que es posible gracias a la libertad de armas.
No hay mujeres en puestos directivos. ¿Y qué? ¿Hay una confabulación de hombres para que no asciendan las mujeres? ¿Y la solución es crear leyes que obliguen a los hombres a ceder puestos directivos? Los datos dicen que es al revés, las cuotas aseguran que las minorías sigan siéndolo. Los estudiantes afro-americanos que estudiaron en grandes universidades americanas por "cuota" salieron peor preparados porque se era condescendiente con ellos, y engrosaban las filas del paro.
¿Por qué no hay más mujeres empresarias? Porque hay que arriesgar. Pues a lo mejor el problema (si es que es un problema) es que la mujer es más conservadora, dedica su tiempo a cosas diferentes que el hombre y tiene otra escala de valores. ¿Ser jefe es lo más importante? Pues que la que quiera, que arriesgue y monte su empresa. La solución de dar ayudas a mujeres empresarias por el mero hecho de ser mujer perpetúa la diferencia, la cristaliza y deja a la mujer a expensas de que el gobernante (hombre o mujer) le dé la ayuda o no.