Andan estos días muy ufanos nuestros políticos con la inauguración del AVE Madrid- Valencia. Es lógico, pues es una gran obra de ingeniería que permite conectar dos ciudades importantes en 95 minutos. Y eso siempre impresiona.
Sin embargo, como dice Jesús Cacho en su artículo de hoy, el trazado es abusrdo, pues el tren pasa por Albacete, que como es bien conocido es una ciudad de una relevancia extrema.
¿Alguien ha reparado en el absurdo de llevar la alta velocidad a Albacete, seguramente la capital de provincia mejor comunicada con Madrid de toda España? En efecto, más de 20 trenes rápidos (Alaris a Valencia; Talgos diesel a Murcia y Talgos con tracción eléctrica a Alicante) al día convierten ese recorrido en uno de los más rápidos de Europa, con promedios de 140 km/hora y velocidades punta de 200 km/h. ¿Hacía falta inversión tan cuantiosa para ganar apenas 19 minutos -1,40 horas frente a 1,59- con un nuevo AVE que, además, alarga la distancia Madrid-Albacete hasta los 314 km frente a los 279 del trazado convencional?
Un disparate –que los viajeros pagarán caro- que nadie supo impedir, porque nadie hubo con criterio suficiente para frenar el capricho de un cacique local -José Bono- empeñado en llevar el AVE a su pueblo. Esta es la España de la que desconfía Centroeuropa.
El AVE, a pesar de los cálculos de rentabilidad que hace el Ministerio, diciendo el tremendo impacto en la riqueza de las regiones conectadas, es una inversión ruinosa, pues si fuera rentable, no habría que subvencionarla. Y si genera tantas externalidades positivas, se podría recuperar la inversión con precios superiores a los establecidos, que no pagan la infraestructura ni en 100 años.
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