domingo, 10 de abril de 2011

Un momento de descanso


Paco me recomendó hace años un autor llamado Antonio Orejudo y el otro día compré su último libro, Un momento de descanso. Un libro sobre el desengaño en la vida y la renuncia a los principios como único medio de supervivencia en este mundo.

Al final del libro, el recién nombrado catedrático Cifuentes, que ha conseguido rehacer su carrera después de haberla arruinado por ser fiel a sus principios, dice:

La vulgaridad, la ignorancia y la soberbia se han apoderado del mundo. Reconozcamos la victoria de la mediocridad sobre la excelencia. Ninguna época se ha rendido tan fácilmente como la nuestra a ese espejismo de igualdad con que la ramplonería halaga los oídos de los simples. La incultura y la ignorancia han tomado como en un golpe de Estado la vida civil. A consecuencia de ellos vivimos una inversión de valores. Lo alto es bajo, lo bajo es alto y los mejores han sido amordazados para que no denuncien con su severidad este carnaval perpetuo. Hoy el solecismo es más prestigioso que la concordancia y los barbarismos se extienden con más facilidad que los términos autóctonos. La inversión de valores es tan radical en nuestros días que una pesona que maltrata el idioma diciendo españoles y españolas o presidenta pasa por ser un demócrata cuando en realidad es un dictador. Un dictador que como todos los sátrapas se hace pasar a sí mismo por heraldo de la igualdad. Negarse a ir por los estrambóticos caminos que marcan los locutores, los tertulianos, los líderes de opinión, los políticos, los cocineros, los sastres, los periodistas, los atletas y los supuestos intelectuales debe ser una obligación para los verdaderos demócratas, para los ciudadanos comprometidos con la cosa pública. La rebelión gramatical es la única revolución que nos queda. Hoy aquella heroica resistencia contra el fascismo consiste en negarse a hablar como los animadores de los programas de variedades, consiste en evitar las expresiones que imponen los políticos o las series de televisión más populares, y en no repetir jamás los lemas ideados por las agencias de publicidad. Hay que resistir frente a esa dictadura de la vulgaridad que nos iguala a todos por abajo, que nos obliga a expresarnos mal y por lo tanto a pensar con dificultad. La exigencia de usar bien la lengua no es una excentricidad, sino un verdadero compromiso político con la democracia y con los ciudadanos. Defender el buen uso de la lengua es una actitud crítica, una defensa de las personas frente al poder de las corporaciones económicas, una verdadera actitud republicana...

2 comentarios:

Paco dijo...

Me alegro que te haya gustado Orejudo.
¡Qué pena que cierres el blog!
Seguiremos el de fotografía...

Anónimo dijo...

Aprendiste bien a renunciar a tus principios, no se si fue este libro o qué o quién te enseñó a renunciar a una cosa tan importante como los principios, pero efectivamente te has incorporado a esa vulgaridad que iguala a todos y que tantas veces criticaste. Es una pena que una persona pueda de la noche a la mañana tirar sus valores y sus principios por la borda y sumarse a mediocridad de la masa.