martes, 30 de octubre de 2007

Ortega, 1918


En los periódicos, en el parlamento, en las conversaciones triunfa insolentemente el plebeyismo. Todo gesto, toda palabra que no sean groseros se tacha de amanerados. Tengamos, pues, el buen gusto de proclamar nuestra voluntad de amaneramiento. Cuanto queda flotando sobre el mar de la historia, como su espuma iridiscente, es obra amanerada: las vírgenes de Rafael y los gigantes de Miguel Ángel, el ademán solemne y largo con que Don Quijote siembra de inverosimilitud la campiña y el paso incierto en que el príncipe Hamlet arrastra por el jardín su ausencia meditabunda, el tobillo de Fanny Elssler y el imperativo categórico, Francisco de Asís y Robespierre?
La vida en decadencia, en descenso es un abandonarse, un aflojar todos los resortes; la vida ascendente es un esfuerzo y conato perdurable; precisamente un esfuerzo contra ese abandono y ese aflojamiento. Para el hombre decaído -el plebeyo- todo esfuerzo significa amaneramiento. Sólo le es cómoda el alma en mangas de camisa. Si queremos dar a la existencia un grado más de intensidad tendremos que condensarla, comprimirla: para el que mira esto desde un grado inferior de intensidad la vida esforzada, en efecto, es forzada -o como suele decirse-, amanerada.


Así empieza un artículo de Ortega del año 1918. Se puede leer entero aquí.


También me parece destacable el siguiente pasaje sobre los males de España. Desgraciadamente, todo sigue siendo como en 1918.


"A la pregunta sobre cuál es la causa del mal español yo oigo que la mayor parte de mis compatriotas responde: el mal de España es su mala política y sus malos políticos. Ya en este punto comienza nuestra radical discrepancia. Como yo no creo que el mal de España sea político mal puedo creer que sea su causa la política.
Hemos heredado del siglo XIX un error de perspectiva que consiste en situar en el primer plano de la atención a la política, queriendo ver en ella lo más importante, lo decisivo para la vida de un pueblo. En realidad, la política lejos de engendrar los destinos nacionales es no más que su consecuencia. Buena o mala, la política actúa sólo sobre la periferia de la vida colectiva, es a lo sumo la piel del cuerpo nacional y cuando es pésima no tiene más importancia que la de una afección cutánea. Bastaría para convencerse de ello que cada cual hiciese balance sincero del volumen que en su alma desplaza realmente la política y el que ocupan todas las demás cosas de la vida. Entonces vería con sobrada evidencia que la fisonomía política de un pueblo es sólo el resultado de lo que ese pueblo es en el resto de su existencia, de lo que piensa y de lo que siente, de sus amores y de sus odios, de sus ambiciones y sus inercias."

1 comentario:

Cami dijo...

Leí el otro día, no recuerdo donde, que Ortega, uno de los tres padres de la II república, confesó a uno de sus hijos, que la razón de su huida de España, no fue el levantamiento, sino porque Besteiro, líder socialista, hasta su defenestración por los más rádicales, le informó que si no lo hacía, Largo caballero y cia iban a asesinarlo.
Aaaahh el bolchevismo!