martes, 7 de diciembre de 2010

Deudas y dudas


Hace 22 años que vine por primera vez a NY. Eran los últimos años de Reagan y EE.UU. se encontraba en una crisis de identidad y un estado depresivo similar al que veo estos días. En aquella época eran los japoneses los que amenazaban la supremacía norteamericana con un sistema de fabricación superior que les permitía conquistar con facilidad sectores tradicionalmente norteamericanos como el automovilístico o la electrónica de consumo. Las empresas automovilísticas sobrevivieron de mala manera, después de una reestructuración profunda y hoy están en una situación peor que hace 20 años. La electrónica de consumo sólo ha renacido con Apple y alguna empresa más, pero es claramente dominada por los asiáticos, especialmente japoneses y coreanos.

Además, los japoneses tenían unas tasas de ahorro altísimas que les permitía, junto al superávit comercial, comprar toda clase de activos, especialmente inmobiliarios. La piedra de toque de esa sensación de pérdida de dominio universal fue la compra del Rockefeller Center por parte de Mitsubishi. Se hablaba de pérdida de poder, de crisis de identidad. Luego vino la crisis japonesa, la devaluación del dólar y la ruina para muchos japoneses que habían invertido en activos norteamericanos.

Este mismo sentimiento existe hoy, si bien creo que es más grave o así lo siente la población. Si los japoneses invertían en suelo americano, bienvenidos eran pues crearían puestos de trabajo aquí y era una muestra de confianza en la economía. Sin embargo, hoy existe la sensación de que la crisis no es externa, es interna y es una crisis profunda que está trastocando los pilares de la sociedad norteamericana.

Ayer tuve la ocasión de compartir un paseo fotográfico por Manhattan con unos cuantos norteamericanos de diversas procedencias. Todos se quejaban de los impuestos que pagaban, del desorbitado déficit público (incluido el militar, que como ya dije una vez aquí les llevará a la ruina) y de la sensación que tienen de que les están engañando. Uno de ellos llegó a insinuar que las cifras del paro están trucadas y que no incluyen a todos los que realmente lo están. Otra sensación que tienen es que se ha truncado la confianza que depositaban en los políticos, que éstos les han engañado, que han favorecido a los plutócratas de Wall Street, perjudicándoles a ellos. Deprimente.

Lo que sí es evidente leyendo la prensa es que el Estado, los Estados están en quiebra y no se sabe qué pasará cuando éstos dejen de pagar sus deudas. Los que están en peor situación son California, Illinois, Nueva York. Al parecer hasta se está adelantando la puesta en libertad de ciertos presos para ahorrar costes y se está despidiendo a policías para ahorrar. Las escuelas cierran algún día de la semana para ahorrar gastos de profesorado y gastos corrientes. Los norteamericanos, como la mayoría de los habitantes de los países occidentales, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, apoyados en una expansión monetaria que no tenía ningún respaldo y que ha quebrado (o está en vías de quebrar, como en España). Y esto costará mucho esfuerzo levantarlo.

Mientras, a Obama le dan cera hasta sus acólitos en el NYT. Hasta el otrora entusiasta Krugman, gurú económico progresista, le atizaba ayer. Frank Rich decía que tenía síndrome de Estocolmo con sus secuestradores republicanos. El debate estos días se centra en si se deben mantener unas reducciones de impuestos que decretó Bush hace años y que terminan en diciembre. Los republicanos quieren mantener las reducciones para todas las rentas, mientras que los demócratas quieren eliminarlas para aquéllos que cobren más de 250 mil dólares al año. Y no se ponen de acuerdo. Este reportaje del NYT hacía un buen análisis de la situación. Este párrafo resume bien la situación que he escuchado entre la gente con la que he hablado:

There may be truth to this premise, but only some. After all, generations of Americans have sacrificed plenty for the nation’s cause, and there’s no reason to think we’ve lost the capacity. What makes this case for sacrifice so much harder to embrace, perhaps, is that it goes to our national psyche, threatening our self-image as a land with limitless potential. While past generations have readily sacrificed for national greatness, debt reduction — at least in the gloomy way its advocates argue for it — feels like a call to sacrifice in the name of our national decline.

Tardaremos muchos años en ver la recuperación.

1 comentario:

Jose Velazquez dijo...

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