Me desperté temprano. A pesar del cansancio del largo viaje de 18 horas para llegar aquí, a las 6 ya estaba despierto. Leí un poco y a las 9 y media ya estaba en la calle bien aseado y desayunado. Dado que mi hotel estaba al lado de las torres Petronas, el edificio más alto del mundo, según dicen. me di una vuelta por el parque que circunda las torres en el KLCC (Kuala Lumpur City Center). Unas cuantas fotos con la clara luz de la mañana de las magníficas torres, aunque anoche, antes de acostarme también saqué algunas fotos nocturnas.
Después, un paseo por la parte colonial de la ciudad, no muy interesante, la verdad. Algunas fotos de las mezquitas principales, del cricket club y de algún que otro edificio de finales del XIX y poco más que reseñar. Un mástil muy alto recuerda el lugar donde se proclamó la independencia de los ingleses. Chinatown, como en casi todos estas ciudades del sudeste asiático se limita a un mercado al aire libre donde se puede encontrar toda clase de quincalla. Imitaciones de poca monta a precios ridículos, camisetas de Ronaldo (Cristiano, claro) del Manchester United, incluso de Torres.¿Quién le diría a Torres que sería tan famoso como para que su camiseta fuera imitada y vendida por nada? Porque, no hay que engañarse. La verdadera fama se consigue cuando los imitadores de las "sweat shops" de China y Vietnam se ponen a fabricar camisetas con tu nombre. Si eres delantero del Atlético de Madrid y haces temporadas mediocres, tus camisetas sólo se venderán en la tienda del Vicente Calderón y en algún otro distribuidor autorizado (normalmente, muy forofo del Atlético). Así que Torres es ya parte de la leyenda de los que cuya camiseta ha sido imitada con profusión en Asia. Raúl no es nadie. Es más, me sorprende la poca presencia de los dos grandes equipos españoles aquí. Probablemente, haya más camisetas del Barça que del Madrid. Igual que Torres, es mérito del Barça ser más imitado. Pero hay más que camisetas de futbolistas en Chinatown. Hay toda clase de comistrajos y de hierbas utilizadas por la medicina tradicional china para curar todos los males. Hay masajistas callejeros, por supuesto. De pies, manos y espalda. Juguetes baratos y más imitaciones, muchas imitaciones. No da para más.
El calor es insoportable, así que me meto en uno de los lujosos centros comerciales de los muchos que hay en toda ciudad asiática que se precie. Todas las que conozco son iguales: Seúl, Shanghai, Pekín, Singapur y ahora, Kuala Lumpur. Todas tienen grandes centros comerciales llenos de tiendas de todas las marcas de lujo que uno pueda imaginar. El centro comercial en el que estuve bien fresquito mientras comía y descansaba de la caminata de la mañana, albergaba bajo la inmensa cúpula, todas las tiendas y relojerías de lujo del mundo a unos precios difíciles de imaginar también. El caso es que, a pesar de que también en Malasia hay crisis financiera (o eso dicen los periódicos de aquí), estaban llenos de gente. Y llevaban bolsas de las boutiques, llenas de artículos recién comprados. Por qué será que estos orientales tienen esta dependencia del lujo. Es un fenómeno que no se puede comparar a lo que ocurre en otras partes del mundo. Algún complejo deben tener para tener que refugiarse de manera tan compulsiva en el lujo. A saber cómo serán sus casas. Comprarán los bolsos con la hipoteca de la casa.
Una de las cosas que más me ha sorprendido de KL es la cantidad de mujeres con velo que no deja ver nada más que la línea de los ojos. Casi todas las mujeres de origen malayo llevan un velo recogido por debajo de la barbilla, pero algunas pocas van cubiertas de arriba abajo. Supongo que en el resto de Malasia es todavía más frecuente ver a chicas jóvenes, o novias o recién casadas, cubiertas completamente con ese traje negro que sólo deja atisbar el color de los ojos. Se ve a chicas con zapatillas Converse de lona y vaqueros que encima de todo llevan ese tremendo velo. Da una gran sensación de opresión ver a las chica así vestidas. No sé qué dirá la Alianza de Civilizaciones de esto. Me tengo que mirar el manual del pensamiento correcto para no incurrir en ninguna barbaridad racista. Es curioso es ver que sus novios o maridos son chicos jóvenes, vestidos completamente de occidentales con sus vaqueros y camiseta. ¡Qué calor!
El día, tras varios paseos más por la zona del centro termina en la Menara KL. Una de las torres de comunicaciones más altas del mundo (la tercera, dicen aquí después de Toronto y Moscú), de 421 metros. La vista desde lo alto es realmente magnífica y, como buen aficionado a la fotografía, he escogido el momento del día en el que la luz promete unas mejores sensaciones. El atardecer sobre KL es un espectáculo que merece la pena la visita. Las torres Petronas van cambiando del color gris azulado del pleno sol a un color cobrizo primero y a un rosa intenso, después. Ya de noche, quedan iluminadas con esa luz blanca impresionante. Esta visita, como la subida a cualquier torre, es obligada en KL.
De vuelta en el hotel, recojo el equipaje de la consigna para ir al aeropuerto, aunque decido cenar algo antes. Y aquí viene la aventura del día. Una vez cenado, cuando voy a pagar, me doy cuenta de que no tengo la cartera. La busco por arriba y por abajo en maleta, bolsas y bolsillos sin otro resultado que la inquietante angustia de haber perdido la cartera con todo el dinero y las tarjetas y estar solo en KL sin nadie a quién acudir. Los tipos del restaurante, que al principio se creen que estoy gastándoles una broma, se dan cuenta finalmente de que el asunto es serio y de que no tengo dinero. Ante la imposibilidad de cobrar me invitan a cenar, lo cual empieza a aliviarme. Ya me veía fregando platos en un restaurante de KL para pagar la cena. Dado que estoy al lado del hotel en el que he pasado la noche, un buen hotel por cierto, me acerco a ver si soy capaz de que me den dinero cargándolo a la tarjeta Amex con la que he pagado la estancia. Efectivamente, transmitida mi preocupación al personal de recepción, viene el gerente del hotel al que le cuento la situación y me dice que no hay problema, que piden un taxi que me llevará al aeropuerto y me darán 300 Ringgit (70€) para arreglarme en Singapur. Así lo hago y así llego a las doce de la noche a Singapur. Al final, haciendo memoria de todos los momentos en los que puedo haber perdido la cartera, creo que ha sido un carterista en el ascensor de bajada de la torre. Había muchísima gente y no recuerdo haber sacado la cartera después de haber pagado la entrada para subir a la torre. Parece que en KL hay buenos carteristas para turistas desaprensivos como yo. Lección aprendida para el siguiente viaje es diversificar el riesgo, repartiendo las tarjetas y los dineros entre varios bolsillos.