Estos días se tratará en Copenhague uno de los mayores intentos históricos, si no el mayor, por parte de los políticos del mundo entero, por imponer una regulación costosa para salvar, a la Humanidad de una más que dudosa catástrofe medioambiental.
Esta regulación impone tasas sin fin a cualquier emisión de gases que supuestamente provocan el calentamiento de la Tierra. Eso implicará acabar con el negocio del transporte tal y como lo conocemos hoy y, como consecuencia de ello, una reducción del comercio mundial. Al imponer tasas al transporte, una parte importante de productos importados de países de bajo coste son penalizados por un mayor coste y, por tanto, el comercio se reducirá. Esto protegerá las ineficientes y caras industrias occidentales frente a sus competidores de los países en vías de desarrollo.
Y todo ello, impulsado por una banda de científicos mentirosos que han manipulado los datos científicos para sostener tesis que no se correspondían con sus creencias. De esta forma, el cambio climático se ha convertido de un hecho científico en una religión, la religión en la que tienen que creer los progres del mundo para tener algo por lo que luchar, una motivación trascendental que llene la pulsión religiosa que tienen la mayoría de los hombres. Menos mal que ya se ha convocado el Concilio de la gran Iglesia Climática para certificar que los herejes pecaron, pero con la buena intención de proteger el bien superior de la fe y de la salvación del planeta: la ONU investigará el "climategate".
Y ahora, a hacernos vegatarianos para salvar el planeta, como recomienda Paul McCartney.
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