Ayer el Congreso de los Estados Unidos aprobó la reforma sanitaria que ha promovido el partido demócrata liderado por Obama. Parece que la reforma no es tan radical como se había propuesto inicialmente y que ha dividido completamente al país en Demócratas y Republicanos. Ningún Republicano votó a favor de la ley. Además, la votación tenía truco porque al parecer el Congreso votaba sobre una ley que el Senado había propuesto, una situación que muy pocas veces se ha producido en el pasado y que han utilizado los diferentes presidentes para pasar leyes sin apurar todos los trámites legales para ello. Así lo decía el USA Today el viernes, criticando el procedimiento que Nancy Pelosi ha forzado.
Parece que la reacción no se ha hecho esperar por parte del Partido Republicano y varios Estados han anunciado recursos contra esta ley ante el Tribunal Supremo, que puede estancarse en infinitos procedimientos judiciales.
Pero la esencia de la reforma sanitaria no es el detalle de su contenido legal, sino qué modelo de sociedad quieren los Estados Unidos ser. Por la división bipartidista y por el escaso apoyo popular que tiene esta reforma, parece que no están tan descontentos con lo que nos dicen en Europa nuestros queridos periódicos. (Inciso: Obama llegó a la presidencia diciendo que llegaría a acuerdos con los republicanos, el bipartisanship, ¿recuerdan aquello del talante?). Y es que el aprendizaje social, la forma en que los individuos toman decisiones, la responsabilidad del individuo con su vida y su salud, la de los médicos en proporcionar un buen cuidado a sus pacientes, quedarán diluidos con la intervención del Estado en la salud, igual que ha pasado con la educación o con todos los temas en que se produce el abrazo mortífero de la burocracia. Lo que es indudable es que hasta ahora se debatió sobre la sanidad. A partir de ahora, el debate será imposible y, salvo ruina del sistema, los que propongan limitar la intervención se encontrarán con la acusación típica de enemigo de los pobres y demagogia similar. El debate queda automáticamente invalidado.
Hay varias mentiras en lo que nos cuentan. Por ejemplo, los cuarenta millones de personas que no están aseguradas son en su mayoría jóvenes que prefieren gastarse su dinero escaso en otras cosas mejores que un seguro médico, cuyo uso es altamente improbable a su edad. Ellos deciden no gastar en sanidad nada más que cuando lo necesiten. Eso es malo para Obama. Demasiada libertad, no sea que se equivoquen. Él y los burócratas de Washington saben bien lo que necesitan. Lo describe bien Jordi de la Torre:
Se da la circunstancia de que muchos individuos prefieren, como yo, correr el riesgo y gastarse el dinero que cuesta un seguro en quehaceres más placenteros. Y de ahí salen buena parte de las cifras que tanto gustan en Europa sobre los millones de americanos que no tienen seguro médico: de las preferencias individuales. Y no sólo gustan en Europa, claro: es una tradición muy arraigada entre los demócratas norteamericanos declarar periódicamente que el sistema sanitario está roto, podrido, que se derrumba por todos lados y que es urgente una reforma en profundidad. El presidente Clinton ya declaró la necesidad de reformar el sistema sanitario urgentemente cuando llegó a la Casa Blanca y Hillary Clinton se encargó de gestionar el proceso, que pronto se convirtió en uno de los fiascos más sonados de la Administración. Corría el año 1993.
Esto es herejía para los estándares de pensamiento europeos, acostumbrados desde el fascio y el socialismo de principios del s. XX a un sistema sostenido por los impuestos. No es gratis, a diferencia de lo que muchos creen. Cuesta, y mucho dinero. Pero los que lo usan no lo pagan y lo usan sin medida. Ése es uno de los principales problemas de una sanidad gratuita. Ayer venía un artículo en el WSJ que Milton Friedman escribió en 1996 y que empieza con una cita de la novela
Pabellón del cáncer de Alexander Solzhenitsyn
In Mr. Solzhenitsyn's words, "among all these persecutions [of the old doctor] the most persistent and stringent had been directed against the fact that Doctor Oreschenkov clung stubbornly to his right to conduct a private medical practice, although this was forbidden."
In the words of Dr. Oreschenkov in conversation with Lyudmila Afanasyevna, a longtime patient and herself a physician in the cancer ward: "In general, the family doctor is the most comforting figure in our lives. But he has been cut down and foreshortened. . . . Sometimes it's easier to find a wife than to find a doctor nowadays who is prepared to give you as much time as you need and understands you completely, all of you."
Lyudmila Afanasyevna: "All right, but how many of these family doctors would be needed? They just can't be fitted into our system of universal, free, public health services."
Dr. Oreschenkov: "Universal and public—yes, they could. Free, no."
Lyudmila Afanasyevna: "But the fact that it is free is our greatest achievement."
Dr. Oreschenkov: "Is it such a great achievement? What do you mean by 'free'? The doctors don't work without pay. It's just that the patient doesn't pay them, they're paid out of the public budget. The public budget comes from these same patients. Treatment isn't free, it's just depersonalized. If the cost of it were left with the patient, he'd turn the ten rubles over and over in his hands. But when he really needed help he'd come to the doctor five times over. . . .
"Is it better the way it is now? You'd pay anything for careful and sympathetic attention from the doctor, but everywhere there's a schedule, a quota the doctors have to meet; next! . . . And what do patients come for? For a certificate to be absent from work, for sick leave, for certification for invalids' pensions: and the doctor's job is to catch the frauds. Doctor and patient as enemies—is that medicine?"
"Depersonalized," "doctor and patient as enemies"—those are the key phrases in the growing body of complaints about health maintenance organizations and other forms of managed care. In many managed care situations, the patient no longer regards the physician who serves him as "his" or "her" physician responsible primarily to the patient; and the physician no longer regards himself as primarily responsible to the patient. His first responsibility is to the managed care entity that hires him. He is not engaged in the kind of private medical practice that Dr. Oreschenkov valued so highly.
Un debate interminable que levanta pasiones en Estados Unidos y que puede ser la tumba política de Obama y de los demócratas. Ojalá.
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