sábado, 8 de enero de 2011

Asfixiados


Las encuestas dicen que detrás de la economía y del paro, temas coyunturales que algún día mejorarán, el mayor problema que perciben los españoles son los partidos políticos. Lógico. Nuestros partidos políticos son una rémora para el progreso social en España. La política, a través de los medios coactivos del Estado en sus diferentes niveles administrativos, copa todos los ámbitos de la vida nacional, desde la educación hasta la cultura. Y no hay manera de romper la hegemonía partidista ni de que esos mismos partidos se renueven y promuevan una mayor autonomía de la sociedad.

El caso es claro. Cada vez hay más gente en las estructuras de los partidos a los que se deben favores, que su vida se ha hecho alrededor del partido y que en caso de estar en el poder exigen su parte de la tajada. Eso sólo se puede hacer inventando funciones estatales que nadie ha pedido pero que conllevan la creación de una estructura burocrática en la que colocar a los advenedizos que auparon al líder.

En España es imposible que aparezcan movimientos cívicos que socaven las estructuras de los partidos y que hagan propuestas innovadoras de cómo resolver los problemas que nos aquejan y que, seamos sinceros, ninguno de los dos actuales partidos nunca resolverán en su raíz. A ver qué partido se atreve a proponer una reforma constitucional que cierre la definición de competencias entre el estado central y las autonomías, la independencia del poder judicial, una educación libre de imposiciones de la política, una reforma de las pensiones que de verdad garantice que los pensionistas del futuro cobren una pensión fruto de su trabajo,...

Si esto lo sabíamos, esta semana ha habido dos pruebas manifiestas del poder de la nomenklatura de los partidos. El PP, desgraciado en el caso Cascos (igual que Cascos, al que se le ha visto la ambición de poder más que el interés por su partido), y el PSOE en el caso de Antonio Asunción.

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