Insatisfacción es la palabra que mejor refleja los motivos del protagonista de esta buena película de Sidney Lumet. Dos hermanos planean el atraco a la joyería de sus padres. Un trabajo fácil ya que conocen la tienda a la perfección y las costumbres de sus padres les facilitarán el acceso a un buen botín que les resolverá parte de sus problemas. Andy es un hombre de negocios casado con una guapa mujer, adicto a la heroína y con demasiados gastos para su sueldo de ejecutivo. Hank, por otro lado, es un pobre hombre, al que el sueldo no le llega ni para pagar la pensión de su ex-mujer y su hija.
El plan, aparentemente fácil y sin riesgos, se tuerce por la inutilidad del cómplice de Hank que no cumple los planes y que desencadena acontecimientos que llevarán a la descomposición de la familia. En realidad, la descomposición familiar ya estaba allí y era la consecuencia de muchos años de incomprensión, de agravios no resueltos. Un planteamiento aparentemente sencillo se va embrollando poco a poco hasta llegar al clímax final en el que la tragedia griega descarga con toda su fuerza dejando al espectador aplastado en la butaca.
Narrada a base de flashbacks encadenados que cuentan la acción desde varios puntos de vista, lo que permite comprender las motivaciones de los diferentes protagonistas en un complejo entramado de relaciones y un retrato completo de cada uno de los protagonistas. La secuencia de escenas cierra de forma coherente todo el desarrollo de la acción y deja al espectador boquiabierto con las dimensiones del trágico desenlace.
Los actores están magníficos, especialmente Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke, los dos hermanos, así como Albert Finney, el padre. Están excelentemente dirigidos por Sidney Lumet que a los 83 años demuestra que el genio no envejece. En resumen, una buena película sobre el sentido de la vida, el dinero, la felicidad y la insatisfacción que deja un amargo sabor de boca.
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