lunes, 14 de julio de 2008

A day at the races

 

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Hemos venido a recoger a nuestros hijos a Inglaterra donde han pasado el último mes aprendiendo inglés. Nos estamos alojando en casa de Caroline y Clive, un matrimonio encantador en el que se ha quedado nuestra hija mayo este mes y a cuyas hijas nos llevamos a Madrid a que pasen dos semanas con nosotros. Ayer nos llevaron a las carreras de caballos en el hipódromo de Salisbury, que es donde viven. Era todo un acontecimiento local: en el lugar se daba cita lo más granado de la sociedad local, o así lo parecía. Además de las carreras, había un concurso que premiaba a las mujeres más elegantes en diversas categorías. No era pues de extrañar que se vieran pamelas y sombreros coloridos, sofisticados y, muchos, absolutamente ridículos. Alguien se preguntará qué lleva esta mujer en la cabeza. No era un pavo, fue el sombrero premiado como el más exótico.

Es muy curiosa la afición tan enorme que tienen los ingleses por las carreras de caballos y por las apuestas en general. Le comentaba a Clive que esa afición por las apuestas está llegando a España ahora, con mucho retraso respecto a otros pasíses y, en concreto, con Inglaterra, los reyes de las apuestas. A mí me admira la capacidad que tienen los ingleses para inventarse juegos con reglas muy elaboradas y complejas que dan lugar a mil posibilidades de apuestas, posteriormente. Uno se podría preguntar legítimamente si se inventan juegos tan complejos para poder apostar después.

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