sábado, 6 de febrero de 2010
La América de una planta
Ilf y Petrov son dos periodistas enviados por el diario Pravda a hacer un reportaje a Estados Unidos en el año 1935. Recorren diez mil kilómetros en un coche con un matrimonio americano, anotando en un diario sus impresiones. La América de una planta es la América real, la de las ciudades de casitas y no la de los grandes rascacielos. Un excelente retrato del país en los años de la depresión visto por dos periodistas sagaces y mordaces, incapaces de comprender en ocasiones la sociedad consumista norteamericana.
"En Estados Unidos la técnica es infinitamente superior a la organización social. Mientras la técnica ofrece al onsumidor objetos perfectos que hacen su vida más fácil, la organización social no le permite ganar el dinero suficiente para adquirirlos.
En este país la base del comercio es la venta a plazos. Todos los objetos que se encuentran en el interior de una casa americana han sido comprados a crédito. Por todo se debe pagar decenas de años. En realidad, no le pertencenen ni la casa, ni los muebles, ni ninguno de los maravillososaparatos mecánicos. La ley es muy severa. Si de cien pagos previstos, ha satisfecho noventa y nueve, pero no ha sido capaz de hacer frente al último, pierde la propiedad del objeto. Para la gran parte de la población la propiedad no es más que algo ficticio. Todo, hasta la cama en la que duerme ese inveterado optimista ardiente defensor de la propiedad privada, pertenece a una compañía industrial o a un banco. Basta que pierda su trabajo para que al día siguiente empiece a entender que no tiene nada de propietario, que no es más que un simple esclavo, algo así como un negro de piel blanca.
Pero es imposible que se resista a la tentación de comprar.
Un discreto timbrazo en la puerta de su casa y en el recibidor aparece un visitante totalmente desconocido. Sin perder el tiempo en palabras vanas, el visitante declara:
- Vengo a instalarle una nueva cocina eléctrica.
- Pero si ya tengo una de gas -responde, sorprendido, el propietario de la pequeña casa, de la lavadora y del mobiliario en serie, que aún debe seguir pagando durante muchos años.
- La cocina eléctrica es mucho mejor y más económica. En cualquier caso, no voy a insistir. Se la instalo y vuelvo al cabo de un mes. Si no le gusta, se la quito. Pero, en caso de que esté contento, las condiciones son muy ventajosas: veinticinco dólares el primer mes y luego...
Instala la cocina. En el transcurso de un mes el propietario tiene tiempo de constatar que la cocina es en verdad extraordinaria. Ya se ha acostumbrado y no puede desprenderse de ella. Así que firma un nuevo contrato y empieza a sentirse tan rico como Rockefeller.
Convendréis en que es una táctica más eficaz que un anuncio luminoso.
Podría pensarse que en la vida de un norteamericano medio llega un momento en que éste está en condiciones de pagar todas sus deudas y convertirse realmente en propietario. Pero no es tan fácil. Su automóvil ha envejecido. El fabricante le propone un excelente modelo nuevo. Le compra el coche viejo por cien dólares y le concede unas condiciones extremadamente ventajosas para pagar los quinientos restantes.
Después el feliz propietario pierde el trabajo sin saber cómo ni por qué, y su nuevo automóvil, con sus dos bocinas, su encendedor eléctrico y su aparato de radio vuelven a su verdadero dueño: el banco que le había concedido el crédito.
...
Hace poco empezó a emplearse en Nueva york un nuevo tipo de publicidad.
Al apartamento de un neoyorquino que se las sabe todas, curtido en esta clase de lides, llega un hombre y dice:
- Buenos días. Soy cocinero. Y deseo preparar, para usted y sus invitados, una comida exquisita. No le costará ni un centavo. Sólo pongo dos condiciones: la primera, que la comida se prepare en las cazuelas que yo traiga; la segunda, que entre los invitados haya por lo menos seis señoras.
El día señalado el cocinero aparece con sus cazuelas y prepara una comida suculenta. Hacia el final del ágape, se presenta con aire solemne en el comedor, pregunta a los invitados si la comida ha sido de su agrado y apunta las direcciones de las mujeres. todos están encantados con los plantos que han degustado. El concinero declara modestamente, que con la batería que ha traído, cualquier ama de casa sería capaz de preparar una comida semejante. Al día siguiente el cocinero visita a las mujeres presentes en la reunión y cierra varios tratos. Las amas de casa, encantadas, compran baterías completas de cocina. Y surge la necesidad de pedir un nuevo crédito. Lo cierto es que las cazuelas nuevas son mejores que las viejas, pero la vida, en lugar de hacerse más fácil, se vuelve aún más complicada, pues hay que atender a una nueva deuda.
¡No! Los carteles luminosos y los anuncios de los periódicos no son más que un curso preparatorio.
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