El término kafkiano, que tanta gente utiliza sin haber leído a Kafka, sólo se entiende a partir de sus novelas El proceso o El castillo. Son novelas en las que el personaje Joseph K. se ve enredado en una enrevesada trama de urdida por una instancia superior a la que no puede acceder. En El castillo, el individuo en cuestión es un agrimensor al que parece que le quieren encargar un trabajo, pero nunca puede llegar al castillo a que se lo encarguen. En El proceso se le acusa de un delito que no ha hecho y no puede llegar a entender cuál es la acusación, el estado del procedimiento, etc.
En palabras de Hannah Arendt: "El proceso, novela sobre la que, desde su aparición, se ha publicado toda una biblioteca de interpretaciones, es la historia de un individuo llamado K. al que acusan de un delito que desconoce, al que procesan sin que llegue a entender en absoluto las normas que rigen el proceso y la sentencia, y que finalmente es ejecutado sin haber sabido en ningún momento por qué. En su búsqueda de las causas de lo que ocurre, descubre para empezar que detrás de su detención se encuentra "una gran organización". ... ¿Y cuál es el sentido de esa gran organización, señores? Consiste en detener a personas inocentes e instruir contra ellas procesos absurdos y la mayoría de las veces, sin éxito.
El poder de la máquina que atrapa y destruye a K. reside en la apariencia de necesidad, una apariencia que se hace real gracias a la fascinación de los seres humanos por la necesidad. La máquina se pone en marcha porque los hombres consideran la necesidad como un principio supremo, y porque su automatismo, solo interrumpido por la arbitrariedad humana, es tomado por símbolo de la necesidad. La máquina se mantiene en funcionamiento gracias a las mentiras que justifican la necesidad, de modo que, consecuentemente, un hombre que se niegue a someterse a ese "orden del mundo", a esa maquinaria, se convierte a ojos de todos en un criminal contra una especie de orden divino. Esa sumisión se alcanza cuando el hombre deja de preguntarse por la culpabilidad y la inocencia, y pasa a desempeñar resueltamente el papel ordenado por el poder arbitrario en el juego de la necesidad.
Estamos en una situación kafkiana en el sentido en el que Hannah Arendt interpreta a Kafka. Hay un estado de necesidad y la gente está dispuesta a aceptar cualquier cosa que venga del Gobierno, aunque necesariamente le lleve a la ruina. Y el que se opone, es denostado y tachado de antisocial.
Zapatero nos obsequia con toda clase de ayudas a las que nadie puede acceder. Están creadas por un estado de necesidad, pero el ciudadano que quiera acogerse a ellas entrará en un procedimiento kafkiano que no le llevará a ningún sitio.
Y todas estas medidas y condiciones, como la de la ayuda a las aerolíneas, recuerdan a esta famosa secuencia de Una noche en la ópera.
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