Margaret Thatcher en sus memorias. Ahora se cumplen 30 años de su llegada a Downing Street. Repaso el capítulo IV sobre la intervención del Gobierno en la economía. En otros pasajes arremete contra el papel de los sindicatos. Todo viene muy a cuento en estos tiempos que corren en España. Estamos a 30 años de los británicos, nada menos.
Los productos británicos sólo serán atractivos si pueden competir con los mejores productos de otros países en calidad, fiabilidad o precio o en cualquier combinación de las tres, y la verdad es que habitualmente los productos industriales británicos eran poco competitivos. Esto no era sólo por la fortaleza de la libra, sino porque la reputación industrial británica se había ido deteriorando continuamente. Y en el largo plazo la reputación refleja la realidad. Ninguna otra cosa que cambiar la realidad de forma fundamental y para mejor serviría.
La raíz del problema británico era la baja productividad. Los estándares de vida británicos eran más bajos que los de nuestros principales competidores y el número de personas bien pagadas y con trabajos seguros era menor porque producíamos menos por persona que ellos. Veinticinco años antes nuestra productividad era la más alta de Europa Occidental; en 1979 era de las más bajas. La falta de productividad consecuencia de las restricciones impuestas por los sindicatos resultaba en desempleo; y más allá de un determinado punto esta falta de productividad conduciría al cierre de negocios y destruiría el empleo. Las empresas obsoletas y los viejos empleos tienen que desaparecer para conseguir el máximo de las nuevas oportunidades. Sin embargo, la paradoja que ni los sindicalistas ni los socialistas estaban preparados para aceptar era que un incremento de la productividad produce inicialmente una destrucción de empleo hasta que se crea la riqueza que sostiene los nuevos empleos. Una y otra vez, cuando se cerraban plantas y empresas, nos preguntaban de dónde iban a venir los nuevos empleos. Podríamos haber dicho que vendrían del autoempleo, de los éxitos empresariales en la industria aeroespacial, química o petrolera. Podríamos haber señalado a la creciente inversión extranjera en electrónica y automoción. Pero el hecho es que en una economía de mercado el Gobierno no sabe y no puede saber de dónde vendrá el empleo: si lo supiera, todas las anteriores políticas intervencionistas de "campeones nacionales" y "respaldo gubernamental a los éxitos empresariales" no habrían resultado en los fallos empresariales manifiestos que estaban generando esa falta de productividad.
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