Es impagable la cantidad de material que la lectura de El País me proporciona para el blog. La lectura de este periódico, que antes me causaba gran irritación y desasosiego, se ha convertido en un divertimento y análisis para encontrar material. En los últimos días he encontrado algunos artículos de opinión de algunos de sus habituales columnistas que me parece interesante reseñar
El primero, de Vidal Beneyto, un nostálgico de la izquierda intervencionista y no sabemos si del socialismo real, es el tercero de una serie sobre la decadencia de la izquierda. Empieza así:
Según las estimaciones más fiables -sondeos y entrevistas en profundidad- entre el 70% y el 75 % de los franceses critican la huelga de transportes que ha hecho de la bicicleta, la reina y ha transformado a Paris en Amsterdam, y desean que se le ponga fin de inmediato. Esta impugnación tan abrupta e insolidaria de la huelga, una de las últimas trincheras que le quedan al mundo del trabajo frente a la arbitrariedad y los abusos de los poderes políticos y empresariales, ha producido en la minoría resistente una indignada reacción.
Según este hombre, los sufridos trabajadores franceses, nada menos que el 70%, que pagan sus impuestos, son unos insolidarios porque están en contra de la huelga, una trinchera del mundo del trabajo frente a la arbitrariedad de los poderes políticos y empresariales. Olvida que los trabajadores hacen esta huelga salvaje que está incomodando a sus paisanos, verdaderos pagaderos de sus salarios protegidos, para proteger unos privilegios y unos derechos laborales que no tienen el resto de sus conciudadanos. ¿Quiénes son los insolidarios entonces?
Sigue el socialista utópico:
Corpus cuyo eje central es la consagración del individuo-sujeto, que exige la desaparición de todos los actores políticos colectivos, como el Estado, los sindicatos, etcétera, en beneficio de la sola entidad común concebible, la de una sociedad de individuos libres y autosuficientes sin más obligaciones que consigo mismos.
Le parece mal la consagración del individuo como sujeto político. Él prefiere la alteridad del individuo en el Estado, la usurpación de los intereses de los individuos por parte del Estado o de los actores políticos colectivos. Para estos colectivistas socializantes, es como si los cerebros y los sentimientos de cada uno de los individuos se unieran en un ente colectivo que los reúne y en un ejercicio de síntesis sin par, consiguen aunar los intereses de todos los individuos que forman parte de ese todo. Olvida también este hombre que esos "actores políticos colectivos" están representados por personas con intereses particulares que no niegan en manipular los intereses de sus representados en su propio beneficio, como vemos continuamente en la acción política.
Y así sigue.
El segundo, de Enrique Gil Calvo, hoy. No se puede decir mejor.
Pero en la lista de agravios comparativos hay más pruebas de cargo: catalanofobia, déficit de inversiones en infraestructuras, ocultación de las balanzas tributarias, el llamado expolio fiscal... Pues bien, es verdad, reconozcámoslo: el malestar catalán se debe al maltrato o la desatención de los españoles. Pero no es su única causa, pues aún hay otra, que me parece más significativa.
Y es el declive relativo que ha experimentado la posición ocupada por los catalanes en el concierto español. Hace quince años, esa posición era de dominio indiscutible, pues Cataluña estaba situada en solitario a la cabeza de todas las vanguardias económicas y sociales, por lo que se sentía envidiada por las demás regiones como prima inter pares. Y hoy ya no es así. Ahora Madrid y Valencia han alcanzado a Cataluña, y en muchos aspectos la están sobrepasando si es que no lo han hecho ya. En consecuencia, Cataluña se siente destronada y desdeñada al ver que ya no puede ser envidiada por los demás, quedando incluida en el mismo pelotón del café para todos. De ahí el malestar catalán respecto a su encaje en el marco español, análogo al que experimentaban los franceses antes de Sarkozy respecto al marco europeo. Un deprimente malestar que se traduce en un sentimiento colectivo de declive y decadencia, de pesimismo y ensimismamiento.
Y es el declive relativo que ha experimentado la posición ocupada por los catalanes en el concierto español. Hace quince años, esa posición era de dominio indiscutible, pues Cataluña estaba situada en solitario a la cabeza de todas las vanguardias económicas y sociales, por lo que se sentía envidiada por las demás regiones como prima inter pares. Y hoy ya no es así. Ahora Madrid y Valencia han alcanzado a Cataluña, y en muchos aspectos la están sobrepasando si es que no lo han hecho ya. En consecuencia, Cataluña se siente destronada y desdeñada al ver que ya no puede ser envidiada por los demás, quedando incluida en el mismo pelotón del café para todos. De ahí el malestar catalán respecto a su encaje en el marco español, análogo al que experimentaban los franceses antes de Sarkozy respecto al marco europeo. Un deprimente malestar que se traduce en un sentimiento colectivo de declive y decadencia, de pesimismo y ensimismamiento.
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