jueves, 9 de abril de 2009

Nuevo gobierno


La Semana Santa nos ha traído un nuevo gobierno. Dicen que con un perfil más político, ¿más? y que hecho a la medida de Zapatero, como si los anteriores no lo hubieran sido a su medida. Lo que sí es cierto es que cada vez es más mediocre.

Las noticias no pueden ser peores para los españoles, pues si bien Solbes estaba deprimido y sin capacidad de actuación, Espinosa no creo que sea capaz de oponer un mínimo de cordura y ortodoxia económica a los desmanes y ocurrencias de Zapatero, Pepiño y demás demagogia.

González Sinde ya ha levantado todo un movimiento de protesta y boicot en internet. Trini y Gabilondo serán irrelevantes por falta de contenido de sus respectivos ministerios. Y lo peor, Chaves, el sultán andaluz a administrar la política territorial.

En definitiva, ningún cambio que sea para bien. Seguimos en el marasmo y vamos directos a un desastre nacional. Que Dios nos coja confesados.

La revista de prensa no puede ser más elocuente, tanto entre los oponentes como entre los simpatizantes de Zapatero:

Albiac en ABC:

Como para todo hay coste, el de tal éxito se paga en efectivo: no gobernar. Otra cosa podría fácilmente ser tomada por el votante como traición al pacto de irracionalidad que selló su compromiso. Muchas cosas podrán serle criticadas al señor Rodríguez Zapatero, mas no ésa. Ni una sola medida de administración que merezca tal nombre. En cinco años. No es nada fácil perseverar en una coherencia así. Raya en lo heroico, incluso, en las extraordinarias condiciones presentes. La primera depresión que sacude al mundo desde la del año 1929 (que, conviene no olvidarlo, se cerró sólo en 1948 y tras la guerra más destructora de la historia) ha sido contemplada por el gobierno español con el plácido sosiego de quien asiste, bien guarecido, a una encantadora llovizna de primavera sobre el florido campo. Ni una sola medida. A cambio, los borbotones de palabrería que son imprescindibles allá donde la realidad falta; allá donde la realidad que duele debe ser negada. Y que tan súbitamente como se desencadenan, son borrados de la memoria común, tras su momento de eficacia. No había crisis, primero. Solbes -fastuoso personaje, en cuya carrera pública se cifra el raro mérito de haber arruinado dos veces, en menos de una década, al mismo país- fulminó como antipatriotas a los pobres ingenuos que constataban datos y contabilidades. Zapatero, que no iba a quedar por detrás de su subordinado, anunció con solemnidad el inminente pleno empleo. Un mes después, la crisis nos comía; la recesión estaba en cada dato analizado por los economistas. Pero el gobierno «no contemplaba» recesión alguna. Ni Zapatero, ni Solbes, ni nadie. El gobierno contemplaba ministerios de igualdades y alianzas civilizatorias con los rebanadores de clítoris y lapidadores de adúlteras. Y recuperación en marzo. O sea, ayer. Sentido de la historia, se llama eso.


Hermann Tertsch, también en ABC:

«Con Pedro Solbes España ha vivido los momentos más brillantes de su economía». Con frases así quiere infundir confianza el Gran Timonel. Ésta es sólo una pequeña joya de la palabrería incontenible de nuestro presidente del Gobierno, en una especie de incontinencia verbal terrorífica y tan absolutamente fea por mentirosa que causa casi dolor físico.


Y Agapito Maestre, en Libertad Digital:

De este Gobierno sólo me interesa Zapatero. Cada vez produce más miedo. Es poderoso. Ni siquiera Fredi el Químico conserva algo de su viejo y séptico poder sobre el jefe de Gobierno. Los antiguos y los nuevos ministros, quizá con la excepción de Chacón, son materiales de relleno. Todos son políticamente correctos. Todos conocen bien su oficio de esclavos. No saben ni hablar con elocuencia. Nada. Y es que, por desgracia, el uso de la regla de las mayorías de nuestra pobrísima democracia está terminando con las libertades de los ciudadanos, pero previamente está dilapidando las "libertades" y facultades de los políticos profesionales.


Pero es que ni Antonio Casado, conspicuo zapaterista, salva al líder:

Salvo que, insisto, alguien crea que Elena Salgado es el arma secreta de Zapatero para detener la destrucción del empleo o que un socialista cosecha del 74 como Manuel Chaves, respetable decano de los gobernantes españoles, es la persona indicada para devolverle el pulso al Gobierno. Tampoco podrá dar mucho juego José Blanco, el número dos del PSOE, en su tarea de rentabilizar políticamente el Ministerio con mayor poder inversor cuando las arcas públicas están vacías. El resto de los nombramientos (Gabilondo, Trinidad Jiménez y González Sinde) es perfectamente irrelevante.
En cualquier caso, los problemas de este Gobierno, aquí y ahora, no se resuelven con una crisis ministerial. La pérdida de costaleros parlamentarios, la densa negrura de la situación económica y la debilidad de liderazgo son las fuentes de todas las desgracias que aquí y ahora gravitan sobre la causa política del PSOE. Y eso no va a cambiar de la noche a la mañana por el hecho de llevar cinco caras nuevas al Consejo de Ministros. Aunque estemos viviendo “un tránsito entre dos épocas históricas”. Aunque estemos más cerca que nunca de “un gobierno mundial” al servicio de “una nueva política del bien común para el conjunto de la humanidad”.

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