miércoles, 8 de abril de 2009

Régulo (II)


Kipling en el relato citado ayer abre un debate irresoluble y eterno entre el profesor de latín King y el profesor de ciencias Hartopp:


- Volviendo a nuestra conversación -dijo King apresuradamente-, ¿de verdad crees que ese sistema tuyo tan moderno, el de inculcar datos aislados sobre el gas de cloro que tal vez resulten ser falsos cuando los chicos hayan crecido, tiene algo que ver con la educación, incluso con esa clase de educación inferior que exigen los examinadores?

- Yo no sostengo nada. Pero, ¿acaso es peor que tu repetición de sílabas incomprensibles en una lengua muerta que suena a chino?

- ¡Muerta, ciertamente! -King casi se puso a bailar-. ¡La única lengua viva de la tierra! ¡El chino! Te lo aseguro, Hartopp.

- Y al cabo de siete años... ¿cuántas veces lo habré repetido?... siete años de doscientos veinte días de seis horas cada uno, tus víctimas salen de aquí sin saber nada, absolutamente nada; como mucho, si han puesto suficiente interés, una ocena (bueno, te admito hasta veinte) de expresiones latinas aisladas que cualquier niño de doce años podría haber aprendido en un solo curso.

- Pero... pero ¿no te das cuenta de que si nuestro sistema es capaz de ofrecer al final... al menos una pizca de comprensión... al margen de la gramática y del latín de arrancar un simple destello de trascendencia (¡repugnante palabra!) de un oda de Horacio de de veinte versos de Virgilio, habremos conseguido eso por lo que luchan unos pobres diablos como nosotros, los maestros?

- ¿Y qué sería eso? -dijo Hartopp.

- Equilibrio, proporción, perspectiva... vida. Tu hombre científico es el animal aislado,,, la bestia sin formación. ¿Alguna vez te has dado cuenta de que vives envuelto en malos olores?

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