jueves, 10 de enero de 2008
Un necio de reglamento
Así es como tituló Martín Ferrand su artículo en ABC el pasado día 30 de diciembre. Aquí está.
SI todavía conserva usted, amigo lector, un ejemplar del ABC de ayer, corra a buscarlo. Ábralo por la página diez y, si es afecto a las emociones fuertes, pásmese con la extraordinaria fotografía obtenida por Jaime García durante la conferencia de prensa que siguió al último Consejo de Ministros de 2007. Es una pieza singular que habla por sí sola. Una de esas instantáneas que el talento de los redactores gráficos, reforzado con la ayuda de los dioses del periodismo, consigue en raras ocasiones. Más que un magnífico retrato de José Luis Rodríguez Zapatero es un diagnóstico político de hondura. La plasmación de la más hueca vaciedad. Si mi admirado García consiguiera una imagen tan expresiva y didáctica todos los días, los plumillas que emborronamos estas páginas con nuestras opiniones engrosaríamos las listas del paro. Esas que, según el CIS, constituyen el primero de los epígrafes en la tabla de las inquietudes que compartimos como ciudadanos.
Dicho sea con todo el respeto que merece un primer ministro y con el rigor léxico que obliga a la crítica política, Zapatero es un necio. Un necio solemne y de reglamento. Lo es, además, en las tres acepciones que el DRAE le reserva al adjetivo. No sabe lo que debiera hacer, es terco y porfiado en lo que hace y dice y actúa con imprudencia y presunción. Todo eso se sintetiza y resume, con la elocuencia apabullante de la imagen, en la fotografía que comento y que muy bien podría merecer el próximo Premio Mingote.
Esa expresión perdida, machihembrada con una sonrisa autocomplaciente y fofa, es el rostro de una política que, con asombrosa aceptación popular, ha fracasado en todas sus líneas maestras -desde el «proceso de paz» al desbordamiento autonómico- y que, únicamente en lo macroeconómico, tiene valor y admite defensa. El punto en el que, paradójicamente, los ciudadanos se sienten más a disgusto y preocupados. El paro (40%), como apuntaba más arriba, la vivienda (32,9%) y los problemas económicos cotidianos (29,4%) son las tres patas del taburete en que se sientan la incertidumbre y el desasosiego que nos afligen colectivamente. Van por detrás el terrorismo, la inmigración y la creciente inseguridad ciudadana.
La necedad pública suele viajar acompañada del narcisismo político. El necio, siempre distante de la autocrítica, se complace y regocija con sus propias obras y eso le convierte en peligroso. Ya el maestro Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española, naciendo el XVII, nos prevenía, con una cita de Erasmo, que «quanto es mayor el poder, tanto es más dañoso si cae en hombre necio o malo». Malo no se puede decir que sea el hombre, pero necio lo es en tal dimensión que la fotografía de García podría servir para ilustrar el concepto en todas las enciclopedias que reseñen el término. Es necísimo.
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