jueves, 20 de marzo de 2008

Comunistas, todavía


No puedo resistir la entrada política. Estoy viendo en Telemadrid Satélite el programa de libros de Sánchez Dragó sobre el Che Guevara en el que participan, entre otros, Francisco Frutos, uno de los últimos comunistas y Jorge Verstrynge que dentro de poco refundará la Tercera Internacional con Hugo Chávez. Es curioso que todavía existan ccomunistas como Frutos que afirman que el mercado está fracasando porque "hay países de África que les gustaría tener algo de mercado y no lo tienen" y que mantiene que "dentro de cien años las ideas del Che se verá que son viables" o tipos como Verstrynge, que defienden el odio infinito hacia los americanos, porque son enemigos de los pueblos pobres.

Me viene a la cabeza un pasaje que acabo de leer de la novela Vida y destino de Vasili Grossman, en el que un menchevique le echa en cara a un bolchevique el horror provocado por los bolcheviques en la Unión Soviética:

"Por supuesto le conviene pensar que los hechos de 1937 no fueron más que "excesos" y que los crímenes cometidos durante la colectivización se debieron al "vértigo del éxito", que vuestro gran y querido líder sólo peca de una leve crueldad y ambición. Pero en realidad es todo lo contrario: la monstruosa inhumanidad de Stalin ha hecho de él el continuador de Lenin. De hecho a ustedes les gusta escribir: Stalin es el Lenin de nuestros tiempos. Ustedes creen que la miseria de los pueblos y el hecho de que los obreros estén privados de derechos no son más que elementos transitorios, dificultades del crecimiento. Ustedes son los verdaderos kulaks, los verdaderos monopolistas: el trigo que compráis a un campesino a cinco kopeks el kilo y luego volvéis a venderle a un rublo el kilo es la base de todo el edificio soviético".

O este otro dramático pasaje en el que el militar Yershov va a visitar a su padre a un campo de trabajo:

"A lo largo de ambos lados de la vía se extendían vastas extensiones de bosques y pantanos, pilas de leña, el alambre espinoso del campo, las barracas y los refugios cavados en la tierra. Las altas torres de vigilancia se erguían como hongos venenosos con piernas gigantes.
...
Bajo la luz del crepúsculo las isbas parecían completamente negras, como si las hubieran hecho hervir en alquitrán.
Cuando entró en la chabola, con él penetró la última luz del día. La humedad, el bochorno, el olor a comida de pobre, la ropa miserable y las camas, el calor del humo le salieron al encuentro.
De aquella oscuridad emergió su padre, la cara demacrada, ojos espléndidos que golpearon a Yershov por su indescritible expresión.
Los brazos viejos, delgados, rudos envolvieron al hijo en un abrazo, y en ese movimiento convulsode los viejos brazos extenuados que colgaban del cuello del joven oficial se expresaba un tímid lamento y tanto dolor, una petición de defensa tan confiada, que Yérshov sólo encontró un modo de responder: se echó a llorar.
Después visitaron tres tumbas: la madre había muerto en el primer invierno, la hermana mayor, Aniuta, en el segundo y Marusia, en el tercero.
Allí, en el mundo de los campos, los cementerios y los pueblos se fundían en uno. El mismo musgo cubría las paredes de madera de las isbas y las pendientes de los refugios, los túmulso y los terrones de los pantanos. La madre y las hermanas de Yershov descansarían por siempre bajo ese cielo: en invierno, cuando el hielo congela la humedad, y en otoño, cuando la tierra del cementerio se hincha con el agua sucia de los pantanos desbordados.
...
El padre le habló al hijo sobre el hambre, sobre la gente del pueblo que había muerto, sobre los niños cuyos cuerpos pesaban menos que una gallina o una balalalaica.
Narró los cincuenta días de travesía, en invierno, en un vagon de ganado con goteras; día tras día los muertos viajaron al lado de los vivos. Prosiguieron el viaje a pie, las mujeres llevaban a los niños en brazos. La madre de Yershov deliraba de fiebre. Fueron conducidos al interior del bosque, donde no había ni una sola chozao refugio; comenzaron una nueva vida en pleno invierno, encendiendo hogueras, construyendo camas con ramas de abeto, derritiendo nieve en cacerolas, enterrando a los muertos...
"Es la voluntad de Stalin", afirmó el padre sin un ápice de ira o resentimiento. Así hablaba la gente sobre la fuerza del destino, una fuerza que no conoce la indecisión.

Esto era lo que perseguía el venerado Che y lo que gentes que salen en la televisión defiende solapadamente como respuesta al "fracaso del mercado", pues ¿cuál es la alternativa al mercado que propone Frutos?

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