jueves, 6 de marzo de 2008

Guy Sorman sobre los Juegos Olímpicos de Pekín


Interesante artículo de Guy Sorman en ABC sobre la represión en China. Quizás el boicot de Spielberg no es tanta tontería, aunque dado que compramos una cantidad ingente de productos en China y los americanos, más, no deja de ser un mero acto de propaganda y de tranquilizar su acomodada conciencia. De gestos también vive el hombre.

Los Juegos Olímpicos de Pekín, que se celebrarán el próximo mes de agosto, serán un torneo político. Desde que Pierre de Coubertin los reinventara, los Juegos Olímpicos siempre han estado politizados. Los primeros tuvieron lugar en 1896 en Atenas para avergonzar a los turcos que aún ocupaban el norte de Grecia. Los Juegos de Berlín de 1936 celebraban el triunfo de la ideología nazi. Los Juegos de Seúl de 1988 abrieron las puertas a la democratización de Corea. ¿Serán los de Pekín como los de Seúl o como los de Berlín? ¿Serán la apoteosis de un régimen autoritario o el principio de su defunción? Muchos observadores optimistas de China, a veces aplacados por su cercana relación con el régimen comunista, apuestan por una transición suave desde el despotismo hacia una sociedad china abierta, pero los acontecimientos recientes no sostienen una interpretación tan benigna de la estrategia del Partido Comunista. Se da la casualidad de que, desde principios de este año, la represión contra los activistas, los abogados y blogueros que defienden los derechos humanos ha sido más severa que nunca. Se desconoce el número exacto de disidentes democráticos que están encarcelados, o algo peor. El 7 de enero se supo que un bloguero de nombre Wei Wenhua había muerto a manos de la policía en Hubei mientras intentaba grabar un levantamiento en un pueblo. No hay manera de dar cuenta de las víctimas ignoradas, ni de explicar por qué algunas de ellas son condenadas a muerte y tiroteadas. No sabemos cuántas se envían a los «centros de reeducación» sin juicio previo. A falta de estadísticas fiables, centrémonos en dos personajes simbólicos del movimiento a favor de la democracia: Hu Jia y Chen Guancheng.

El pasado 27 de diciembre, 20 policías armados detuvieron a Hu Jia ante la presencia de su mujer y su bebé de dos meses. La policía procedió con extrema violencia física, como si Hu Jia pudiera oponer resistencia. Sin embargo, Hu Jia es un joven diminuto de 34 años, que sufre de una dolencia hepática crónica. Es más, es un firme creyente en la no-violencia, admirador del Dalai Lama, discípulo de Mahatma Gandhi y budista sincero. Verdaderamente, uno se pregunta por qué el poderoso Partido Comunista Chino está desplegando todo su poder para secuestrar a un enemigo tan pequeño, y está claro que es un secuestro. El Partido le acusa de «subversión», pero no ha violado ninguna ley china. ¿Estaba a punto de derrocar al Partido? ¿Lidera un ejército contrarrevolucionario?

A una escala mucho más modesta, Hu Jia dejó los estudios en la Universidad de Pekín en el año 2000, cuando se enteró de que miles de campesinos de Henan estaban muriendo de sida después de haber vendido su sangre a unos traficantes locales. Casualmente, desde el principio de esta epidemia, la actividad principal de Hu Jia es proporcionar medicinas y consuelo moral a las aldeas condenadas de Henan. Su labor benéfica no se ve facilitada por las autoridades locales, sobre las que recae parte de la responsabilidad de esta epidemia; es más, como las ONG están prohibidas en China, Hu Jia sólo puede actuar por su cuenta. Si creara cualquier tipo de organización para apoyar su causa benéfica, infringiría la ley. A partir de la reveladora tragedia de las víctimas de Henan, Hu Jia alcanzó a comprender que se debía a la ausencia de derechos humanos en China. Por tanto, abrió una página web que sirve para que chateen los académicos chinos que comparten su preocupación. Esta página web, que ahora ha sido clausurada por el gobierno, informó del destino de Chen Guangcheng.

Chen, campesino ciego y abogado autodidacta, había protestado en 2005 contra el secuestro de cerca de 3.000 mujeres en su ciudad natal, Linyi. Estas mujeres habían sido esterilizadas u obligadas a abortar para estabilizar el aumento de población de esa región. Como esta violencia extrema quebranta la ley china, Chen tomó la iniciativa de elevar una petición al Gobierno central. Este procedimiento de petición es la única manera de protesta reconocida legalmente en China. Cuando llevó su petición a Pekín, acompañado por un reducido grupo de abogados, Chen fue acusado de perturbar el tráfico en las congestionadas carreteras de Pekín. Las autoridades le condenaron a cuatro años de cárcel por esta perturbación.

Deberíamos preguntarnos por qué los modestos testimonios de Hu Jia y Chen Guangcheng, arraigados en la tradición moral china, provocan una represión tan drástica por parte del gobierno. Está claro que Hu y Chen respetan la ley. No llaman a la revolución. Es verdad que hablan con periodistas extranjeros que informan de sus acciones, pero la ley no prohíbe este tipo de contactos. ¿Teme el Partido a estos insignificantes disidentes? Puede que sí. Al Partido le persigue el precedente soviético. En China no se permitirá que haya ningún Sajarov ni ningún Solzhenitsin que empañe el «éxito» del Partido. El encarcelamiento de Hu Jia y Chen Guangcheng es un indicio claro de que ningún proceso de democratización comenzará en China fuera del control del Partido. Cuando los propios líderes chinos mencionan la democracia en declaraciones oficiales, se refieren a una democracia «organizada», de arriba abajo. Cualquier intento que surja de la sociedad civil hacia la democratización debe por tanto aplastarse nada más nacer.

Está claro que China no se encamina hacia una democracia al estilo occidental y el crecimiento económico no es un preludio de una sociedad libre, siempre que el Partido lo pueda evitar. La verdadera ambición del régimen es inventar una alternativa a la democracia occidental. Sería un despotismo ilustrado bajo la tutela de un partido comunista meritocrático. Los Juegos Olímpicos se diseñarán para fomentar este modelo alternativo.

¿En qué medida es legítimo este modelo? El Partido Comunista, con 60 millones de miembros, casi todos hombres y habitantes de las ciudades, probablemente lo aprobaría. Los 200 millones de chinos que comparten los beneficios del rápido crecimiento económico también estarían de acuerdo. Pero, ¿qué piensan de este despotismo ilustrado los 1.000 millones de personas que se mantienen en la extrema pobreza (300 millones viven con poco más de medio euro al día) y que se ven privados de cualquier derecho? Nadie lo sabe, porque no tienen ninguna forma de expresar sus deseos. Es muy posible que Hu Jia y Chen Guangcheng representen a estos 1.000 millones de habitantes mudos más que el Partido. Ésta podría ser una de las razones por las que el Partido les ha machacado. Por esto cualquier participante decente de los Juegos Olímpicos debe exigir la liberación de Hu Jia y Chen Guangcheng, ya mismo.

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