No sin una cierta sorpresa, leo estos días críticas en El País contra el Gobierno. ¿Se habrán hecho de derechas? ¿O será que es imposible disimular sin caer en la insolvencia intelectual el desastre Zapatero?
El otro día ya se burlaban de la obsesión de Zapatero por evitar la palabra crisis, usando cualquier ocurrencia. Hoy Antonio Elorza le da un repaso al presidente del Gobierno en el que le deja a los pies de los caballos.
Hay que leerlo entero. Merece la pena:
El presidente José Luis Rodríguez Zapatero es uno de esos políticos de quienes en circunstancias difíciles nunca cabe esperar que diga la verdad. Sumido en un permanente ejercicio de marketing, incluso en el gesto de sus intervenciones es dado apreciar la voluntad de transmitir un mensaje favorable para la evaluación de su política, con independencia de cuál sea el dictamen emitido desde la realidad. Era estupendo verle el miércoles en el debate del Senado sobre la situación económica con el apocalíptico Pío García Escudero por antagonista. A efectos de mostrar el papel de motor de la economía asumido por su Gobierno, Zapatero impulsaba una y otra vez su cuerpo rítmicamente hacia delante conforme iba desgranando una a una la relación de las principales medidas adoptadas. El espectador tenía ante sí, no la explicación de un político riguroso, sino la interpretación propia de un buen actor de teatro. El análisis de la peligrosa situación estaba para él de más. Entrar en ese resbaladizo terreno suponía abordar el tema de las causas de la crisis, y consecuentemente de las responsabilidades gubernamentales al ignorar los riesgos derivados del crecimiento espectacular pero asentado sobre supuestos muy frágiles a medio plazo, el famoso "ladrillo", sobre el cual había de incidir la subida en flecha de los precios de los hidrocarburos.
Claro que había que ganar las elecciones, y para alcanzar esa meta fue necesario, no mentir, ya que en los argumentos utilizados había tanto una base de verdad como una envoltura de silencios deliberados, sino engañar, es decir, informar únicamente de aquello que podía transmitir a la opinión pública una impresión de optimismo. Lo que personalmente me extraña es el papel desempeñado por Pedro Solbes en todo este asunto. Desde que hace ya muchos años le conocí, yo como joven ayudante en la Facultad de Ciencias Políticas y él como estudiante a marchas forzadas, me transmitió una impresión muy favorable, pues al espíritu de trabajo se unía en él la exigencia de seriedad y de rigor. Tales valores han seguido inspirando su labor al frente de la economía española, con un excelente eco en la opinión pública. Ejemplo: el efecto de su victoria en el debate televisado con el popular Pizarro. Luego, para sorpresa de quienes le estimaban, Solbes ha asumido sin pestañear ese término-pantalla de la desaceleración, cuyo efecto ha sido ocultar a los españoles que nos encontrábamos ante una recesión susceptible de convertirse en crisis duradera, para abordar la cual no bastaba la utilización de los restos de la herencia procedente de un periodo de crecimiento. Y atendiendo al mandato del presidente, empeñado aún hoy en seguir encerrado con su juguete de la desaceleración, ahora "fuerte", olvidó el deber de plantear abiertamente la verdadera situación ante el Gobierno, las instituciones y la opinión pública. Una debilidad ya observada en los tiempos de su disgusto ante las consecuencias del Estatut. Consecuencia para todos: como en el viejo filme de Humphrey Bogart, Más dura será la caída.
En pocas palabras, el uso abusivo del eufemismo no ha resultado inocuo, y ello puede apreciarse en la insistencia gubernamental en responder a la depresión con medidas parciales a costa del superávit para ir sofocando los focos de descontento. El Gobierno se encuentra literalmente a verlas venir, con la circunstancia agravante de que los afectados sí sienten el engaño a pesar de lo que se les cuente desde los medios oficiales u oficiosos, cargando siempre la responsabilidad sobre las variables externas. De ahí la peligrosa forma de estallidos violentos que comienzan a asumir sus manifestaciones de protesta.
Nada hay más irritante para un asalariado o autónomo que sufrir un empeoramiento súbito de la propia condición económica, mientras contempla el discurso triunfalista de las autoridades y percibe que si hay medidas de alivio, éstas siguen siempre a la declaración de un conflicto grave. Es una invitación a la violencia. La "contundencia", esto es, la mano dura, con las porras y las detenciones, apoyada en unos curiosos medios pro-socialistas que claman por la restauración a toda costa del orden, puede servir por una vez, pero también es susceptible de desencadenar un efecto bumerán. Del mismo modo que el agua de mayo salvó in extremis al Gobierno de su pésimo tratamiento de la solidaridad interterritorial, el camionero quemado por un incendiario criminal le permitió superar la muerte del piquete y legitimar el paso a la intervención policial pura y dura. Pero no siempre volverá a tener esa suerte. Más vale tomar la senda del rigor en el tratamiento de la crisis, dejando atrás el siniestro regalito caciquil de los 400 euros, y previendo los impactos diferenciales de la crisis para atender a los sectores más gravemente afectados.
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