miércoles, 11 de junio de 2008

Lo que se ve y lo que no se ve (I)

Ayer discutía con un compañero de trabajo acerca de cómo la Administración destruye riqueza. Era a causa de un estudio de la Unión Europea en el que aparentemente, la regulación existente en Europa cuesta a las empresas la friolera del 3.5% del PIB. No lo tengo a mano, pero lo conseguiré para ofrecérselo a los lectores.

Este compañero decía que, si bien eso costaba dinero, también daba empleo a mucha gente que trabajaba gracias a que había procedimientos complejos que pagaban las empresas y los ciudadanos. Es el típico "tic" intervencionista y estatista según el cual los empleados públicos están ahí, han estado siempre y, al fin y al cabo, al menos trabajan y no están en el paro. Es como aquellos otros que argumentan que las guerras generan riqueza y que dinamizan la economía. Será para los vencedores que pueden saquear la hacienda y riqueza de los vencidos para llevársela a su país. Es claro que al vencido no le queda ni gloria ni riqueza, sino destrucción.

Bastiat explica muy bien esto en su ensayo Lo que se ve y lo que no se ve. En el primer apartado, El cristal roto dice lo siguiente:

¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: ``La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?´´

Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas.

Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.

Hagamos las cuentas para la industria en general.

Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.

Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.

Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre.

En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.

O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto.

Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: ``la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente,´´ — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: ``Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional,´´ o más brevemente: ``destrucción no es igual a beneficio.´´

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