Sábado , 08-05-10
VUELVE a haber gente que recoge colillas por las calles, mas no se olvide que a esta simpática situación de no tener ni para tabaco hemos llegado con la gran promesa política de la alegría.
«Defender la alegría», decía el video electoral que los frutos secos del régimen zapateril colgaron en la Red. ¡Qué gorgoritos de Serrat! ¡Qué gargajeos de Sabina! ¡Qué ojeras de Belén y su marido! ¡Qué aletazos de Bosé!
-Defendamos la alegría frente al catastrofismo -gorgoritaba Serrat.
-De la ajada miseria y de los miserables -gargajeaba Sabina.
Versos sociales que parecen arrancados de la libreta de hule de un Benedetti o de un Sebastián Macarro, Marcos Ana para el mundo, el filántropo encarcelado por el franquismo por administrar su filantropía a, entre otros, un cura sin alegría.
La alegría, como todo, venía de Francia, aunque tarde, como siempre. En 1981 Francia desencadenó «las fuerzas de la alegría», según una fórmula que, como tiene dicho Fumaroli, no recordó a nadie el «Kraft durch Freude» de Goebbels en 1933. En 2008, un Zapatero alegre quiso vestir a Boselito de Jack Lang, aquel ministro de la «joie-de-vivre» que decía majaderías y tomaba baños de leche de burra.
-Defendamos la alegría de las anestesias (?) -cantaban los amigos de Montes.
En la cata de Montilla-Moriles, Gala, el embravecido bardo de Brazatortas, ha llamado a la defensa de la alegría contra el islam a botellazos de Montilla-Moriles. Gala es manchegazo, pero defiende la alegría andaluza del abogado Del Nido:
-Los andaluces somos diferentes -dice Del Nido, que podría darle hoy una alegría al Madrid-, porque, en un mundo consternado por la crisis, nuestro mayor don sigue siendo la alegría de vivir.
Lo contrario de los andaluces son los alemanes, que son gentes, decía Ruano, que llevan dentro la tristeza irremediable de la raza y de la selva. De ahí los gritos de nuestro sindicalismo vertical contra Angela Merkel, canciller que se priva de la alegría, con lo que difícilmente pueda deseársela a griegos y españoles recogedores de colillas.
-El secreto de Europa radica en que ya no se ama la vida -dijo Camus, parafraseando al germanófobo Clemenceau, que había aplicado la frase al carácter alemán.
El «poverello» de León es un redescubridor de la alegría de vivir: alegría -de «alacer», en latín- que consiste en quitarse peso y morir desnudos. Entre sus brujas de Macbeth, Zapatero crea los parados que, según Millás, ese Joaquín Dicenta pasado por Joe Rígoli, hacen feliz a la derecha. Hasta que, como en los cuentos de magia, en los que para curar el mal de la triste princesa hay que desatar el pelo de la barba de un hechicero que impide desarrollar una flor, el diputado Carmona acabe con la crisis dando los nombres de los especuladores que en sus covachas manipulan sus maleficios sobre nuestra economía.
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