A fin de cuentas, lo que importa de la leyenda de las Termópilas es otra lección, que tiene poco que ver con la Esparta histórica y con el Jerjes mejor documentado. Es un ejemplo moral: el de que la libertad de los muchos, perezosos o seducidos por la tiranía, se salva casi siempre por la determinación indomable de unos pocos que pelean contra lo que parece irremediable, contra lo verosímil predicado por los acomodaticios, contra lo que la prudencia sobornada por el dominio aconseja como más recomendable. Hay muchas Termópilas: tantas como ocasiones en que los derechos de las personas deben ser deben ser defendidos contra los pueblos unánimes y las masas aborregadas de los obedientes por naturaleza. Y la nobleza de estas empresas no depende de su éxito final, sino del empeño con que son acometidas.
Sí, efectivamente, en la sociedad hay gente que arriesga su vida o su bienestar material por un ideal y, aunque lo hagan por mero convencimiento personal, su actitud salva la de otros muchos que están acomodados en su sillón viendo la vida pasar. Decía ayer una amiga en una muestra de desesperanza escéptica que le admiraba que hubiera gente que tuviera fe en que se puede cambiar el mundo. Creo que algo se puede cambiar en el mundo si en nuestra vida cotidiana transmitimos y defendemos unos valores, unos ideales y, aunque cambiar las estructuras institucionales es un proceso largo y difícil, hay ideas que poco a poco van calando en la sociedad y sólo los intelectuales vanguardistas pueden hacer que la mayoría venza esa pereza innata del ser humano a conformarse con cualquier situación.
Espero que Savater y otros muchos sigan haciendo esta labor pedagógica que permita que algún día disfrutemos de más libertad de la que tenemos hoy en día. Especialmente los vascos. Gracias, Savater.
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