Marina, brillante ensayista y erudito, ha escrito o supervisado uno de los libros o manuales de la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía. Ayer se reivindicaba en El Mundo por las críticas que ha recibido por apoyar el engendro de adoctrinamiento totalitario que es esta asignatura. Y para hacerlo, este filósofo, profesor y escritor, recurría a una burda maniobra de manipulación. Para justificarse comentaba una frase de Hitler.
"No es admisible que las iglesias critiquen la moral del Estado, cuando las iglesias deberían ocuparse más bien de su propia moral. Nosotros, el aparato estatal, vamos a preocuparnos en exclusiva de la moral del pueblo".
Adolfo Hitler / Asesino.
Aunque monseñor Cañizares considere que somos colaboradores del mal, creo que hacemos bien al defender una asignatura donde se enseñe por qué las afirmaciones hitlerianas llevan al crimen.
En primer lugar: no hay una moral de Estado, de la misma manera que no hay una religión de Estado. Lo que hay es un conjunto de normas éticas a las que el Estado (y las religiones) deben someterse. Es lo que nos permite decir que las normas de un Estado pueden ser legales pero ilegítimas, pueden incluso ser aceptadas por una mayoría de la sociedad y ser injustas. La Declaración de Derechos Humanos ofrece un primer criterio que, sin duda, habrá que perfeccionar. El Estado hitleriano era totalitario. El Estado es todo, el individuo nada. Es el mismo lema que defienden los idólatras de la nación o de la raza.
Para vacunarnos contra tentaciones totalitarias necesitamos una rigurosa educación democrática, una ciudadania ética y políticamente ilustrada, capaz de pensar críticamente, consciente de que los ataques a la libertad pueden venir de cualquier lado. La ignorancia es el mejor aliado de la tiranía. Fomentar la autonomía, enseñar a nuestros alumnos a razonar sobre temas éticos, a saber distinguir lo justo de lo injusto, animarles a defender la democracia y la justicia es formar su conciencia para luchar contra todos los hitlerianos habidos y por haber. ¿Por qué no nos ayudan a hacerlo bien, en vez de descalificar esta asignatura?
En primer lugar: no hay una moral de Estado, de la misma manera que no hay una religión de Estado. Lo que hay es un conjunto de normas éticas a las que el Estado (y las religiones) deben someterse. Es lo que nos permite decir que las normas de un Estado pueden ser legales pero ilegítimas, pueden incluso ser aceptadas por una mayoría de la sociedad y ser injustas. La Declaración de Derechos Humanos ofrece un primer criterio que, sin duda, habrá que perfeccionar. El Estado hitleriano era totalitario. El Estado es todo, el individuo nada. Es el mismo lema que defienden los idólatras de la nación o de la raza.
Para vacunarnos contra tentaciones totalitarias necesitamos una rigurosa educación democrática, una ciudadania ética y políticamente ilustrada, capaz de pensar críticamente, consciente de que los ataques a la libertad pueden venir de cualquier lado. La ignorancia es el mejor aliado de la tiranía. Fomentar la autonomía, enseñar a nuestros alumnos a razonar sobre temas éticos, a saber distinguir lo justo de lo injusto, animarles a defender la democracia y la justicia es formar su conciencia para luchar contra todos los hitlerianos habidos y por haber. ¿Por qué no nos ayudan a hacerlo bien, en vez de descalificar esta asignatura?
Lo malo es que lo que garantiza que no venga un nuevo Hitler es que en cada casa se eduque a los niños en los valores o en los conceptos éticos que cada padre estime convenientes. La citada asignatura y aquí empiezo una serie de comentarios sobre la misma, es un intento de homogeneizar el pensamiento de los niños con una serie de pautas típicas de la izquierda de hoy: ecologismo irracional, feminismo absurdo, falso igualitarismo, etc. Para convertirlos en clones al servicio del poder dominante.
Pero es de un nivel muy bajo la manipulación que significa contraponer Educación para la Ciudadanía a Hitler y comenzar el comentario citando a monseñor Cañizares. ¿Acaso lo quiere asociar a Hitler?
Marina ha perdido su prestigio. Lástima.
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