Los que hayan seguido el blog se habrán dado cuenta de que aparte de otros temas, uno que me preocupa y ocupa es el de la intervención del Gobierno en la vida de los ciudadanos. Me quedaba reseñar lo último de mi lectura del libro de Stuart Mill, cuando al final de su ensayo Sobre la libertad, dedica unas cuantas páginas a este tema.
"Se trata de casos en los que las razones contra la intervención no se refieren al principio de la libertad: la cuestión no es si se han de restringir las acciones de los individuos, sino si se ha de ayudarles; se pregunta si el Gobierno ha de hacer o fomentar algo para su beneficio, en lugar de dejar que lo hagan ellos mismos, individualmente o en voluntaria asociación.
Las objeciones a la intervención del Gobierno, cuando no implica violación de libertad, pueden ser de tres clases.
La primera aparece cuando hay probabilidades de que la cosa que se va a hacer se haría mejor por los individuos que por el Gobierno. Generalmente, nadie está más cualificado para dirigir un negocio o determinar cómo ha de ser dirigido, que aquellos que están personalmente interesados en él.
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La segunda objeción está más cerca de nuestro tema. Aunque pueda en muchos casos ocurrir que los individuos no hagan, en general, una determinada cosa mejor que los funcionarios del Gobierno, es, sin embargo, preferible que la hagan ellos como un medio para su educación mental, un modo de fortalecer sus facultades activas, ejercitando su juicio y dándoles un conocimiento familiar del asunto que así les queda encomendado. ... No son éstas cuestiones de libertad, y sólo por remotas tendencias se relacionan con ella; pero son cuestiones de desenvolvimiento. No es propio de esta ocasión extendernos sobre todo esto como parte de la educación nacional; pues constituyen, verdaderamente, la educación peculiar de un ciudadano, la parte práctica de la educación política de un pueblo libre, que los saca de los estrechos límites del egoísmo personal y de familia y les acostumbra a la comprensión de los intereses generales y al manejo de los negocios de todos, habituándoles a obrar por motivos públicos o semipúblicos, y a guiar su conducta hacia fines que les unan en vez de aislarles unos de otros.
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La última y más poderosa razón para restringir la intervención del Gobierno es el gran mal de aumentar innecesariamente su poder. Toda función que se agregue a las ya ejercidas por el Gobierno es causa de que se extienda su influencia sobre las esperanzas y los temores, y convierte, más y más, a la parte activa y ambiciosa del público en dependiente del Gobierno o de algún partido que trate de llegar a serlo. Si las carreteras, los ferrocarriles, los bancos, las oficinas de seguros, las grandes compañías anónimas, las universidades y la Caridad pública, fueran todas ramas del Gobierno o si, además, las corporaciones municipales y consejos locales con todo lo que ahora depende de ellos, se convirtieran en departamentos de la Administración central; si los empleados de todas esas diferentes empresas fueran nombrados y pagados por el Gobierno y de él esperaran toda mejora de su vida, la más completa libertad de prensa y la constitución más popular de la legislatura, no harían libre a este o a otro país sino de nombre. Y cuanto más eficaz y científicamente fuera construida la maquinaria administrativa y más ingeniosas fueran las combinaciones para obtener y aplicar a su funcionamiento las manos y las cabezas más cualificadas, tanto mayor sería el mal. ... Realmente, si el servicio del Gobierno pudiera absorber todos los talentos superiores del país, una proposición que tendiera a producir este resultado podía, con razón, inspirar inquietud. Si todo lo que en una sociedad exige una organización concertada y una visión amplia y comprensiva, estuvieran universalmente ocupadas por los hombres más hábiles, toda la cultura y la inteligencia aplicadas en el país, estaría concentrada en una numerosa burocracia, de la cual tan sólo dependería, para todas las cosas, el resto de la comunidad: la multitud, para ser dirigida y aleccionada en todo lo que hubiera que hacer; el hábil y ambicioso, para su avance personal. El público, bajo este régimen, no sólo carece de cualificación, por falta de experiencia práctica, para criticar o moderar la actuación de la burocracia, sino que los accidentes de las instituciones despóticas o la marcha regular de las instituciones populares, encumbran, ocasionalmente, a un gobernante o gobernantes de inclinaciones reformadoras, ninguna reforma tendrá lugar que sea contraria a los intereses de la burocracia.
Por suerte, aquí cada vez va menos gente capaz al servicio del Estado. Ya sólo queda que reduzcan el gasto público, el ámbito de las decisiones estatales y nos dejen a los individuos más ámbitos donde elegir de acuerdo a nuestros intereses y preferencias.
1 comentario:
Yo creo que hay otra objeción que oponer a la sustitución de los mecanismos de decisión propios del individuo por parte del estado, objeción primera y anterior a todas las que citas en tu post y que no es otra que el ejercicio de mi libertad para decidir, acertar o equivocarme, sin que nadie deba de ejercer una tutela sobre mis capacidades y decisiones.
Precisamnte por tu conocida defensa del individuo sobre el estado, me sorprende que todavía no hayas escrito un post en el que critiques la sustitución que el estado español va a ejercer sobre la libertad inalienable y reconocida por la "DDH", que tienen los padres para educar a sus hijos conforme a sus propios principios y creencias
Cami
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