Vivimos en un tiempo en el que la corrección política avasalla a los individuos y hay una especie de control social "dictatorial" sobre las opiniones en la que si uno expone ideas diferentes con la vehemencia propia que surge del convencimiento profundo, es rápidamente tachado de radical, de ultra y, si eso es relativo a España, a la estructuración del Estado, directamente de fascista.
En un ensayo de Isaiah Berlin sobre Stuart Mill he encontrado estos dos párrafos relativos a este control de la opinión. Es curioso cómo los clásicos anticiparon hace siglos muchos de los problemas que hoy nos aquejan. Lo malo es que lo que para ellos fue una intuición, para nosotros es una realidad.
Percibió que en nombre de la filantropía , la democracia y la igualdad se estaba creando una sociedad en la que los objetivos se iban haciendo artificialmente más pequeños y estrechos, y en la cual se estaba convirtiendo a la mayoría de los hombres en un simple "rebaño industrioso" (para usar la frase de su admirado Tocqueville) en el que la "mediocridad colectiva" iba ahogando poco a poco la originalidad y la capacidad individual. Mill estaba en contra de lo que posteriormente se ha llamado hombre-organización, tipo de persona contra la que Bentham no habría puesto ninguna objeción racional. ... Ante todo Mill se situó en contra de aquellos que estaban dispuestos a vender el derecho de todo hombre a participar en el gobierno, en las esferas de la vida pública, con el único fin de que les dejaran cultivar sus jardines en paz; hubiera contemplado con horror la difusión de esta característica en nuestra vida de hoy.
(...)
Creyó que mantener firmemente una opinión significaba poner en ella todos nuestros sentimientos. En una ocasión declaró que cuando algo realmente nos concierne, todo el que mantiene puntos de vista diferentes nos debe desagradar profundamente. Prefería esta actitud a los temperamentos y opiniones frías. No pedía necesariamente el respeto a las opiniones de los demás; lejos de ello, solamente pedía que se intentara comprenderlas y tolerarlas, pero nada más que tolerarlas. Desaprobar tales opiniones, pensar que están equivocadas, burlarse de ellas o despreciarlas incluso, pero tolerarlas. Ya que sin convicciones, sin algún sentimiento de antipatía no puede existir ninguna convicción profunda; y sin ninguna convicción profunda no puede haber fines en la vida, con lo cual nos encontraríamos al borde del abismo.
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