Anclada en polémicas estériles y algo cochambrosas, la rutina política española transcurre mustia y adocenada. El vigoroso y ejemplar debate de las ideas que ha tenido lugar en Francia, por primera vez en muchos años, debería hacernos despertar. Sarkozy se ha erigido en el referente político y moral de una nueva derecha firme y robusta, defensora de unos principios que quedaron sepultados en el sesenta y ocho. Ahí, sin duda, está el camino a seguir.
Fue en el estadio de Berçy, ante más de 30.000 personas que rebosaban las gradas, cuando Nicolas Sarkozy pronunció seguramente uno de los discursos más cruciales de su apasionante campaña electoral. Allí, el hijo del inmigrante húngaro hizo saltar por los aires los restos del naufragio de mayo del 68, al que todavía permanece anclado buena parte de la izquierda francesa, con madame Royal al frente, y de alguna otra parroquia occidental.Un Sarkozy sólido y contundente señaló con su índice flamígero el origen del mal: bajo los adoquines del Barrio Latino no se encuentra la playa, sino el relativismo moral, la podredumbre ética, la laxitud cívica, el abandono, la desgana, el igualitarismo, la complacencia, la
devaluación de los principios, del esfuerzo, de la responsabilidad. Sarkozy habló, en suma, del origen de la decadencia de Francia: la voladura de la escuela tradicional y su sustitución por un corrosivo antiautoritarismo libertario y adolescente que ha convertido a Francia en una nación devastada, huérfana de los valores que imprimen vigor y dinamismo a una sociedad moderna. En Berçy se mostró el Sarkozy más auténtico, la encarnación de una derecha moderna y estimulante que reivindica el esfuerzo, la entrega, el sacrificio, el mérito a la que asquea el adocenamiento, el pensamiento único, la moral acomodaticia, la galbana mental, el buenismo, la complacencia. Una sociedad atenazada por unos sindicatos artríticos, por una universidad oxidada, por unos medios de comunicación periclitados. Sarkozy pulverizó el viejo mito sesentayochista, se olvidó por unas horas de sus forzados guiños al centro y mostró la única vía para escapar de la frustrante ciénaga de la mediocridad. Un discurso crucial y proteico. Ségolène Royal, aferrada al tópico y al pasado, respondió con un cántico seráfico al sesentayochismo, que definió como «un viento de libertad». Amén. Mariano Rajoy también ha empezado a hablar de la escuela y de la educación en sus apariciones públicas.El primer aldabonazo certero lo propinó a su paso por «LA RAZÓN de...», cuando
desgranó los males que afligen al panorama docente en nuestro país, desde la
Logse hasta nuestros tristes días. Observad lo que pasa en nuestras aulas, ahí
se encontrará el origen del debilitamiento moral y la languidez intelectual. El
sesentayochismo al que también sigue aferrada nuestra izquierda socialista ha
pretendido borrar de las escuelas el valor del esfuerzo, la disciplina, el respeto al docente, el estímulo a la iniciativa, la entrega, la recompensa del mérito. El actual presidente del Gobierno galopa anclado, en lo político, a la II República y en lo social, al mayo del 68. Un combinado letal. Iniciativas como el imposible proceso de paz, las leyes señuelo de Dependencia, Igualdad o matrimonios homosexuales, la lapidación pública de Manuel Conthe y la voladura descontrolada de la CNMV son algunos rasgos que caracterizan ese relativismo moral que denuncia Benedicto XVI y que Sarkozy ha señalado como el origen de la defunción de las ideas y el desmoronamiento social, cultural y político de Francia. La apasionante batalla electoral francesa, con un epílogo de lujo en forma del mejor debate televisivo vivido en Europa en los últimos treinta años, debería hacer reaccionar a nuestra clase política y también a la opinión pública (y a sus agentes mediáticos, desde luego), estérilmente enfrascada en el monotema y en rutinario desgaste cada día. Un imposible. Aquí nos tienen hipnotizados y apantojados. Haciendo las cuentas de las trampas que se le permiten a Batasuna y escarbando en un trampantojo en forma de tonadillera. ¿Y las ideas? La única que por aquí se maneja desde la Presidencia del Gobierno recuerda levemente a la frase con la que madame Royal cierra sus mítines: «Cojámonos de la mano y amémonos».
Pero eso sí, absténganse de pensar.
En El País hacen otro retrato con un mal titular. Todo lo que el cronista de El País parece denostar de Sarkozy me parece atractivo a mí. Es bueno el análisis de los titulares de El País sobre los candidatos que hace Arcadi Espada.
¿Arderán los suburbios franceses si Nicolas Sarkozy es elegido hoy presidente de
la República, como prevé su rival socialista, Ségolène Royal, y muchos
habitantes de las banlieues? O, al contrario, ¿es el candidato conservador la
única persona capaz de llevar a cabo las reformas que este país necesita con
urgencia para recuperar su crecimiento económico, como cree The Economist y,
según todas las encuestas, la mayoría de los franceses? Nunca un candidato había
despertado un movimiento de adhesiones y rechazos tan profundo, si exceptuamos al ultraderechista Jean-Marie Le Pen, cuando pasó a la segunda vuelta en 2002, y
nunca un candidato había dejado tan clara cuál es su ambición: dar la vuelta al
país.
Nicolas Sarkozy, de 52 años, de los que lleva 30 en política, no ha ocultado que pretende acabar con el sistema que Francia ha forjado a lo largo de las últimas décadas: flexibilizará las 35 horas, quitará el paro a las personas que rechacen dos puestos de trabajo, encarcelará a los reincidentes y tirará la llave, suprimirá casi
totalmente los impuestos de sucesión y reducirá las tasas, creará un Ministerio
de Inmigración e Identidad Nacional, limitará los mandatos presidenciales a dos,
defenderá un minitratado para la Unión, obligará a que los alumnos se levanten
cuando entre el profesor en el aula, instaurará servicios mínimos en los
transportes, endurecerá las leyes de inmigración para el reagrupamiento
familiar...
"Juntos todo es posible" ha sido el lema de su campaña, durante
la que hizo concesiones a la derecha extrema en la primera vuelta y al centro en
la segunda, y refleja la ambición de alguien que quiere cambiar Francia de
arriba abajo, aunque también tiene en cuenta el rechazo a la globalización y un
sentido del proteccionismo económico que comparten la mayoría de los ciudadanos (las críticas contra el Banco Central Europeo por mantener el euro tan alto están entre sus temas favoritos).
"Nos quedan dos días para decir adiós a la herencia de Mayo del 68", exclamó al final del último mitin de su campaña, celebrado en Montpellier, retomando otra de sus obsesiones: borrar de la conciencia francesa aquella primavera en la que se podía encontrar la playa bajo los adoquines. Su proyecto de 16 folios está resumido en 15 puntos, que van desde "el orgullo de ser francés" hasta "rehabilitar el trabajo", "Europa como resistencia a la globalización" o "vencer el paro".
"Sarkozy es alguien que conoce profundamente los recursos de la comunicación pública y el lenguaje político", explica la politóloga Fiammetta Venner. Esta habilidad le ayudará a vender sus primeras medidas -en Francia se dice que un presidente recién elegido debe tomar las decisiones más importantes de su mandato en las primeras semanas-; pero también le ha permitido distanciarse de la acción de un Gobierno del que ha formado parte en dos carteras tan cruciales como Finanzas e Interior y sobrevivir a una campaña que se ha centrado en atacarlo.
"Elegir a Nicolas Sarkozy sería peligroso", declaró Ségolène Royal el día del cierre de la campaña. "Me temo que pueden producirse revueltas después de su elección, es algo de lo que todo el mundo habla en las banlieues", señala el escritor Mohamed Razane, habitante del departamento de Seine-saint-Dennis, que concentra gran parte de los barrios más calientes, trabajador social experto en jóvenes conflictivos y autor de la novela Dit violent (Gallimard). "Mi departamento ha sido el que ha conocido el mayor número de inscripciones de votantes de Francia y no se trata de que los jóvenes hayan vuelto a creer en la política; se debe sobre todo al anti Sarkozy", prosigue Razane.
Sólo me queda una duda acerca de Sarkozy y es si será capaz de abrir la economía francesa y enfrentarse a los lobbys sindicales y funcionariales franceses para aplicar todas esas reformas que anuncia. Veremos. Parece que hay disturbios en la democrática Francia.
¿Tendremos que llegar en España a la ruina moral y económica francesa para elegir a alguien con ideas reformadoras? Si es así, ¿cuánto nos queda para llegar a esa situación?
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