Ahora que estamos en época de declaración de impuestos y nos vamos a dar cuenta de lo que hemos pagado a Hacienda, es interesante explorar algunas perspectivas de los liberales clásicos sobre los impuestos progresivos. Esta es la primera parte de una serie de glosas de Hayek en contra del sistema fiscal progresivo, publicado en su libro Los fundamentos de la libertad.
Sostengo que el sistema impositivo vigente en España es nefasto para el ciudadano por varias razones: progresividad desincentivadora, tarifas confiscatorias y despiste del ciudadano haciéndole creer en un Estado providencia que obtiene recursos "del aire" para prestar servicios "gratuitos". El Estado recauda por adelantado, detrayendo de nuestras nóminas más dinero del que realmente tendríamos que pagar a final de año y, por tanto, la gente puede tender a creer que además de proveernos con toda clase de servicios, nos devuelve dinero. Sin haber visto la cantidad total que han aportado, los ciudadanos se quedan con la impresión no sólo de la benefactora provisión de servicios por parte del Estado, sino también de su bondad por devolverles dinero a final de años. Sin embargo, si a la gente se le dijera que entre impuestos directos e indirectos puede pagar más de un 40% de lo que ingresa y pensara en la cantidad de cosas que podría hacer con esos recursos, se espantaría.
Escribe Hayek:
…el mecanismo tributario de tipo progresivo ha asumido la categoría que hoy tiene por haber sido introducido de modo fraudulento invocando falsos pretextos. Cuando en la época de la Revolución francesa, y posteriormente durante la agitación socialista que precedió a las revoluciones de 1848, fue propugnado por vez primera como medio de redistribución de rentas, la medida fue rechazada de modo absoluto. …En 1848, Karl Marx y Friedrich Engels propugnaron de modo franco y categórico la implantación de “un fuerte impuesto sobre la renta de tipo progresivo” como medida idónea para que, después de superada la primera etapa de la revolución, “el proletariado, haciendo uso de su poder, fuera despojando de modo gradual a la burguesía de la totalidad del capital, transfiriendo al Estado todos los instrumentos de producción”. Estas medidas fueron calificadas por Marx y Engels como “medios de violenta incursión en el derecho de propiedad y en el ámbito del sistema de producción burgués…, medidas que…, desde el punto de vista económico, resultaban incompletas e ineficaces, pero que en el curso de la acción por sí mismas imponen nuevas disposiciones contrarias al antiguo orden social, resultando por ello inevitable recurrir a las mismas para revolucionar enteramente el mecanismo de producción”. John Stuart Mill definía a la progresividad como “solapado hurto”.
Ahora bien, desbaratado el ataque inicial, la agitación en pro de la imposición fiscal progresiva tomó cuerpo bajo distinto disfraz. Los reformadores sociales, si bien en general rechazaban la pretensión de que la distribución de las rentas se alcanzaría a través del mecanismo fiscal, comenzaron a argüir que el conjunto de la carga impositiva total debería ser distribuida atendiendo a la “capacidad de pago”, al objeto de alcanzar la “igualdad de sacrificio”, lo que conseguiría con una escala progresiva. Entre los muchos argumentos esgrimidos en apoyo de tal tesis y que todavía sobreviven en los libros de texto de Hacienda Pública, se impuso en definitiva el que ofreció mayor apariencia científica a la fiscalidad de tipo progresivo. La base de tal dialéctica no es otra que la decreciente utilidad marginal de los sucesivos actos de consumo.
Posteriormente, Hayek cuenta cómo los tipos progresivos que se introdujeron en Alemania, entonces a la cabeza de la “reforma social”, oscilaron en 1891 entre el 0,67% y el 4%. Algunos argumentaron en vano que el sistema significaba el abandono del fundamental principio de la igualdad ante la ley, es decir, “del más sagrado principio de igualdad”. Hasta 1910 y 1913 no introdujeron Gran Bretaña y Estados Unidos impuestos sobre la renta en base a tarifas graduales y fijaron las tarifas en el 8,25% y 7% respectivamente. Esos tipos impositivos se habían convertido en treinta años en el 97% y 91%.
“…Se abandonó entonces la justificación de la progresividad en función de la capacidad de pago y se volvió al punto de partida y utilizaron en apoyo de su tesis la dialéctica que durante tanto tiempo se quiso eludir, ya que en verdad se buscaba provocar una más justa distribución de las rentas. De esta suerte, una vez más ha sido aceptado por la generalidad que los regímenes fiscales basados en la existencia de escalas progresivas no tienen otra justificación que el deseo de modificar la distribución de l ariqueza y que tal dialéctica carece de soporte de carácter científico, puesto que se basa en postulados innegablemente políticos; no se trata, por tanto, sino de un módulo para llevar a cabo aquella distribución de rentas que la mayoría fija de modo arbitrario.
Tras más de un siglo de sistemas fiscales progresivos, en algunos países se están empezando a implantar sistemas fiscales de tipo único. Por ejemplo, Nueva Zelanda y algunos países del Este de Europa. Interesante tema. Continuará.
Sostengo que el sistema impositivo vigente en España es nefasto para el ciudadano por varias razones: progresividad desincentivadora, tarifas confiscatorias y despiste del ciudadano haciéndole creer en un Estado providencia que obtiene recursos "del aire" para prestar servicios "gratuitos". El Estado recauda por adelantado, detrayendo de nuestras nóminas más dinero del que realmente tendríamos que pagar a final de año y, por tanto, la gente puede tender a creer que además de proveernos con toda clase de servicios, nos devuelve dinero. Sin haber visto la cantidad total que han aportado, los ciudadanos se quedan con la impresión no sólo de la benefactora provisión de servicios por parte del Estado, sino también de su bondad por devolverles dinero a final de años. Sin embargo, si a la gente se le dijera que entre impuestos directos e indirectos puede pagar más de un 40% de lo que ingresa y pensara en la cantidad de cosas que podría hacer con esos recursos, se espantaría.
Escribe Hayek:
…el mecanismo tributario de tipo progresivo ha asumido la categoría que hoy tiene por haber sido introducido de modo fraudulento invocando falsos pretextos. Cuando en la época de la Revolución francesa, y posteriormente durante la agitación socialista que precedió a las revoluciones de 1848, fue propugnado por vez primera como medio de redistribución de rentas, la medida fue rechazada de modo absoluto. …En 1848, Karl Marx y Friedrich Engels propugnaron de modo franco y categórico la implantación de “un fuerte impuesto sobre la renta de tipo progresivo” como medida idónea para que, después de superada la primera etapa de la revolución, “el proletariado, haciendo uso de su poder, fuera despojando de modo gradual a la burguesía de la totalidad del capital, transfiriendo al Estado todos los instrumentos de producción”. Estas medidas fueron calificadas por Marx y Engels como “medios de violenta incursión en el derecho de propiedad y en el ámbito del sistema de producción burgués…, medidas que…, desde el punto de vista económico, resultaban incompletas e ineficaces, pero que en el curso de la acción por sí mismas imponen nuevas disposiciones contrarias al antiguo orden social, resultando por ello inevitable recurrir a las mismas para revolucionar enteramente el mecanismo de producción”. John Stuart Mill definía a la progresividad como “solapado hurto”.
Ahora bien, desbaratado el ataque inicial, la agitación en pro de la imposición fiscal progresiva tomó cuerpo bajo distinto disfraz. Los reformadores sociales, si bien en general rechazaban la pretensión de que la distribución de las rentas se alcanzaría a través del mecanismo fiscal, comenzaron a argüir que el conjunto de la carga impositiva total debería ser distribuida atendiendo a la “capacidad de pago”, al objeto de alcanzar la “igualdad de sacrificio”, lo que conseguiría con una escala progresiva. Entre los muchos argumentos esgrimidos en apoyo de tal tesis y que todavía sobreviven en los libros de texto de Hacienda Pública, se impuso en definitiva el que ofreció mayor apariencia científica a la fiscalidad de tipo progresivo. La base de tal dialéctica no es otra que la decreciente utilidad marginal de los sucesivos actos de consumo.
Posteriormente, Hayek cuenta cómo los tipos progresivos que se introdujeron en Alemania, entonces a la cabeza de la “reforma social”, oscilaron en 1891 entre el 0,67% y el 4%. Algunos argumentaron en vano que el sistema significaba el abandono del fundamental principio de la igualdad ante la ley, es decir, “del más sagrado principio de igualdad”. Hasta 1910 y 1913 no introdujeron Gran Bretaña y Estados Unidos impuestos sobre la renta en base a tarifas graduales y fijaron las tarifas en el 8,25% y 7% respectivamente. Esos tipos impositivos se habían convertido en treinta años en el 97% y 91%.
“…Se abandonó entonces la justificación de la progresividad en función de la capacidad de pago y se volvió al punto de partida y utilizaron en apoyo de su tesis la dialéctica que durante tanto tiempo se quiso eludir, ya que en verdad se buscaba provocar una más justa distribución de las rentas. De esta suerte, una vez más ha sido aceptado por la generalidad que los regímenes fiscales basados en la existencia de escalas progresivas no tienen otra justificación que el deseo de modificar la distribución de l ariqueza y que tal dialéctica carece de soporte de carácter científico, puesto que se basa en postulados innegablemente políticos; no se trata, por tanto, sino de un módulo para llevar a cabo aquella distribución de rentas que la mayoría fija de modo arbitrario.
Tras más de un siglo de sistemas fiscales progresivos, en algunos países se están empezando a implantar sistemas fiscales de tipo único. Por ejemplo, Nueva Zelanda y algunos países del Este de Europa. Interesante tema. Continuará.
Interesante contribución en este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario