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jueves, 7 de abril de 2011

La falacia del vidrio roto

En los comienzos del blog, hace unos cuatro años, glosé algunos de los ensayos de Frederic Bastiat y en particular la falacia del vidrio roto, bien ilustrada en vídeo.





Vía Fábregas

sábado, 3 de enero de 2009

Lo que se ve y lo que no se ve (II)


Ya hace algún tiempo glosé el ensayo de Bastiat, Lo que se ve y lo que no se ve a propósito del coste de la regulación europea a las empresas. Hoy me viene a la cabeza por las ayudas del Gobierno de EE.UU. a las empresas automovilísticas, que pronto veremos en España, a tenor de la cada vez mayor presión de los lobbies automovilísticos sobre el Gobierno.

Efectivamente, tanto GM como Chrysler, aceptaron hace poco unas ayudas del Gobierno para ayudarles a salir de la crisis. Ford, sin embargo, no aceptó la intromisión gubernamental en sus cuentas y en su gestión.

Ayer leí que GM ofrece a sus clientes unas condiciones de financiación muy ventajosas, mucho más que las que puede ofrecer Ford, gracias a la ayuda del Estado norteamericano. Es decir, que ahora GM es capaz de competir, con la ayuda de los impuestos de todos los norteamericanos en condiciones mucho más ventajosas que sus rivales. Y, dado que el Estado norteamericano, ha adquirido nada menos que 5 mil millones en acciones de la financiera de GM, es el propio Estado el que está compitiendo con las empresas automovilísticas privadas. Dadas estas condiciones, ¿qué estará dispuesto a hacer el Estado para que GM sobreviva y no se pierda así la ingente cantidad de dinero prestada?

Es el típico caso de una ayuda supuestamente bienintencionada para salvar puestos de trabajo que provoca una competencia desleal y la posible ruina de los competidores no estatalizados. Si los norteamericanos quisieran ayudar a GM o ser accionistas de esa empresa, podrían comprar acciones baratas o bonos convertibles con una buena rentabilidad. Pero no, el "liberal" Bush les ha obligado a comprar acciones y a jugarse su dinero en una empresa ineficaz y ruinosa que no será capaz de devolver el dinero sin arruinar previamente a otras muchos trabajadores.

Este fragmento de Bastiat sobre las Obras Públicas, como las que nos ha anunciado el Gobierno Zapatero en forma de ayudas a los ayuntamientos, es bastante ilustrativo de lo que ocurre en realidad con la intervención estatal.

Que una nación, después de haberse asegurado de que una gran empresa debe beneficiar a la comunidad, la haga ejecutar bajo la financiación de una cotización común, nada hay más natural. Pero la paciencia se me agota, lo confieso, cuando oigo a alguien proclamar su apoyo a ésta resolución con ésta metedura de pata económica: "Además es una manera de crear trabajo para los obreros"

El estado traza un camino, construye un palacio, mejora una calle, cava un canal; así da trabajo a unos obreros, esto es lo que se ve, pero priva de trabajo a otros obreros, esto es lo que no se ve.

He aquí la carretera siendo construida. Mil obreros llegan todas la mañanas, se van todas las noches, cierto es, tienen un salario. Si la carretera no hubiera sido decretada, si los fondos no hubieran sido votados, estas bravas gentes no habrían tenido ni el trabajo ni el salario, bien es cierto.

Pero, ¿es esto todo? La operación, en su conjunto, ¿no comprende alguna otra cosa? En el momento en el que el Sr. Dupin pronuncia las palabras sacramentales: "La Asamblea ha adoptado", ¿descienden los millones milagrosamente por un rayo de luna a las arcas de los señores Fould y Bineau? Para que la evolución, como se dice, sea completa, ¿no hace falta que el Estado organice tanto el cobro como el gasto? ¿que ponga a sus recaudadores en campaña y a sus contribuyentes a contribuir?

Estudie entonces la cuestión en sus dos elementos. Siempre constatando el destino que el Estado da a los millones votados, no olvide constatar también el destino que los contribuyentes habrían dado — y ya no pueden dar— a esos mismos millones. Entonces, comprenderá que una empresa pública es un medallón con dos caras. En una figura un obrero ocupado, con la inscripción: lo que se ve, y sobre la otra, un obrero en paro, con la inscripción: lo que no se ve.

El sofisma que yo combato en este escrito es tanto más peligroso, aplicado a las obras públicas, en cuanto sirve a las empresas más alocadas. Cuando un ferrocarril o un puente tienen una utilidad real, basta invocar esta utilidad. Pero si no se puede, ¿que se hace? Se recurre a este engaño: "Hay que dar trabajo a los obreros."

Dicho esto, se ordena hacer y deshacer las terrazas de los Campos de Marte. El gran Napoleón, lo sabemos, creía hacer una obra filantrópica haciendo cavar y rellenar fosas. También decía: "¿Qué importa el resultado? No hay más que ver la riqueza distribuida entre las clases trabajadoras."

Vayamos al fondo del asunto. El dinero nos hace ilusión. Pedir la participación, en forma de dinero, de todos los ciudadanos a una obra común, es en realidad pedirles una participación al contado: ya que cada uno de ellos se procura, mediante el trabajo, la suma sobre la que se le impone fiscalmente. Que se reuna a todos los ciudadanos para hacerles ejecutar, mediante préstamo, una obra útil a todos, es comprensible; su recompensa estará en el resultado de la obra misma. Pero que tras haberles convocado, se les pida hacer carreteras por las que ninguno va a pasar, palacios en los que ninguno de ellos habitará, y esto, bajo pretexto de ofrecerles trabajo: esto sería absurdo y ciertamente podrían objetar: de este trabajo no obtendremos beneficio alguno (sólo obtendremos el esfuerzo); preferimos trabajar por nuestra cuenta.

El procedimiento por el que se hace participar a los ciudadanos en dinero y no en trabajo no cambia nada el resultado general. Solo que, por el primer procedimiento, la pérdida se reparte entre todo el mundo. Por el primero, aquellos a los que el Estado ocupa escapan a su parte de pérdida, añadiéndola a la que sus compatriotas han sufrido ya.

Hay un artículo de la Constitución que dice:

"La sociedad favorece y apoya el desarrollo del trabajo... mediante el establecimiento por el Estado, los departamentos y las comunas, de obras públicas destinadas a emplear los brazos desocupados."

Como medida temporal, en un tiempo de crisis, durante un invierno riguroso, esta intervención del contribuyente puede tener buenos efectos. Actúa de la misma manera que los seguros. No añade nada al trabajo y al salario, pero toma trabajo y salario del tiempo ordinario para dotar, con pérdida bien es cierto, las épocas difíciles.

Como medida permanente, general, sistemática, no es más que un engaño ruinoso, un imposible, una contradicción que muestra un poco de trabajo estimulado que se ve, y oculta mucho trabajo impedido, que no se ve.

miércoles, 11 de junio de 2008

Lo que se ve y lo que no se ve (I)

Ayer discutía con un compañero de trabajo acerca de cómo la Administración destruye riqueza. Era a causa de un estudio de la Unión Europea en el que aparentemente, la regulación existente en Europa cuesta a las empresas la friolera del 3.5% del PIB. No lo tengo a mano, pero lo conseguiré para ofrecérselo a los lectores.

Este compañero decía que, si bien eso costaba dinero, también daba empleo a mucha gente que trabajaba gracias a que había procedimientos complejos que pagaban las empresas y los ciudadanos. Es el típico "tic" intervencionista y estatista según el cual los empleados públicos están ahí, han estado siempre y, al fin y al cabo, al menos trabajan y no están en el paro. Es como aquellos otros que argumentan que las guerras generan riqueza y que dinamizan la economía. Será para los vencedores que pueden saquear la hacienda y riqueza de los vencidos para llevársela a su país. Es claro que al vencido no le queda ni gloria ni riqueza, sino destrucción.

Bastiat explica muy bien esto en su ensayo Lo que se ve y lo que no se ve. En el primer apartado, El cristal roto dice lo siguiente:

¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: ``La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?´´

Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas.

Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.

No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.

Hagamos las cuentas para la industria en general.

Estando el cristal roto, la industria cristalera es favorecida con seis francos; esto es lo que se ve. Si el cristal no se hubiera roto, la industria zapatera (o cualquier otra) habría sido favorecida con seis francos. Esto es lo que no se ve.

Y si tomamos en consideración lo que no se ve que es un efecto negativo, tanto como lo que se ve, que es un efecto positivo, se comprende que no hay ningún interés para la industria en general, o para el conjunto del trabajo nacional, en que los cristales se rompan o no.

Hagamos ahora las cuentas de Juan Buenhombre.

En la primera hipótesis, la del cristal roto, él gasta seis francos, y disfruta, ni más ni menos que antes, de un cristal. En la segunda, en la que el accidente no llega a producirse, habría gastado seis francos en calzado y disfrutaría de un par de buenos zapatos y un cristal.

O sea, que como Juan Buenhombre forma parte de la sociedad, hay que concluir que, considerada en su conjunto, y hecho todo el balance de sus trabajos y sus disfrutes, la sociedad ha perdido el valor de un cristal roto.

Por donde, generalizando, llegamos a esta sorprendente conclusión: ``la sociedad pierde el valor de los objetos destruidos inútilmente,´´ — y a este aforismo que pondrá los pelos de punta a los proteccionistas: ``Romper, rasgar, disipar no es promover el trabajo nacional,´´ o más brevemente: ``destrucción no es igual a beneficio.´´

domingo, 25 de mayo de 2008

La ley (III).


Sigo glosando a Bastiat en su elaboración sobre el despojo legal organizado por el Estado contra la libertad de los ciudadanos:
"Y sinceramente ¿puede pedirse otra cosa a la ley? La ley que tiene como sanción necesaria a la fuerza, ¿puede razonablemente ser empleada para otra cosa que no sea su función de mantener a cada uno en su derecho? Desafío a cualquiera para extender su función más allá de ese círculo, sin volverla contra el derecho, y por consiguiente, sin volver la fuerza contra el derecho. Y como es esa la perturbación social más funesta y más ilógica que pueda imaginarse, debe ser reconocido sin dificultad que la verdadera solución, tan buscada, para el problema social, se encierra en esas simples palabras: LA LEY ES LA JUSTICIA ORGANIZADA. Ahora, notémoslo bien: organizar la justicia por medio de la ley, es decir, mediante la fuerza, excluye la idea de organizar por la ley o por la fuerza una manifestación cualquiera de la actividad humana: trabajo, caridad, agricultura, comercio, industria, instrucción, bellas artes o religión; porque no es posible que una de esas organizaciones secundarias deje de aniquilar la organización esencial: LA JUSTICIA. En efecto, cómo imaginar a la fuerza coartando la libertad de los ciudadanos, sin que resulte dañada la justicia, es decir sin actuar contra su propia finalidad? Tropiezo aquí contra el prejuicio más popular de nuestra época. No se quiere solamente que la ley sea justa; se quiere también que sea filantrópica. No se está conforme conque garantice a cada ciudadano el libre y pacífico ejercicio de sus facultades, aplicadas a su desarrollo físico, intelectual y moral: se exige que esparza directamente sobre la nación el bienestar, la instrucción y la moralidad. Ese es el aspecto seductor del socialismo.

Pero, lo repito, aquellas dos misiones de la ley, se contradicen. Es necesario optar. El ciudadano no puede al mismo tiempo ser libre y no serlo.

Me escribió una vez Lamartine: “Vuestra doctrina no es más que la mitad de mi programa: os
habéis detenido en la libertad, yo estoy ya en la fraternidad”. Le contesté: “La segunda mitad de
vuestro programa habrá de destruir la primera”. Y, en efecto, me es completamente imposible
separar la palabra fraternidad, de la palabra voluntarismo. Me es por completo imposible concebir
la fraternidad forzada legalmente, sin que resulte la libertad legalmente destruida y la justicia legalmente pisoteada. La expoliación legal tiene dos raíces: una, acabamos de verlo, está en el egoísmo humano; la otra está en la falsa filantropía."

sábado, 3 de mayo de 2008

La ley (II). Despojo legal


Ha empezado el periodo de declaración de la renta y no puedo más que acordarme de los pasajes del libro de Bastiat La ley en los que habla del despojo legal y generalizado:

"¿Cómo averiguar la existencia su existencia (la del despojo legal)? Muy fácilmente: examinando si la Ley quita a unos lo que les pertenece para dárselo a otros, a quienes no pertenece; examinando si la Ley verifica en provecho de un ciudadano, y con perjuicio de los demás, un acto que aquel no podría verificar por sí solo sin cometer un crimen. En caso semejante, daos prisa a derogar esa ley, porque, no sólo es una iniquidad, sino también un manantial fecundo de iniquidades; porque inspira el deseo de tomar represalias, y, si no andan muy solícitos, el hecho excepecional se extenderá, se multiplicará y se convertirá en el esistema. El favorecido por la ley pondrá, como es natural, el grito en el cileo; invocará los derechos adquiridos; dirá que el Estado debe fomentar y proteger su industria; alegará que es bueno que el Estado le enriqeuzca, porque, cuanto más ricvo es, más gasta y mayor lluvia de salarios derrama sobre los pobres jornaleros. Pero no hagáis caso del sofista, porque justamente, sistematizando sus argumentos, es como se consigue sistematizar el despojo legal. Esot es lo que ha sucedido. La maía de hoy es enriquecer a todas las clases, unas a costa de otras; es generalizar el despojo, so pretexto de organizarlo. Y como el despojo legal se puede ejercer de muchísimas maneras, hay también muchísimos planes de organización: aranceles, protección, primas, subvenciones, estímulos, impuesto progresivo, instrucción gratuita, derecho al trabajo, derecho al beneficio, derecho al salrio, derecho a la asistencia, derecho a los instrumentos de trabajo, derecho al cre´dito gratuito, etc., etc.: y el conjunto de todos esos planes, en lo que les es común (que es el despojo legal), es lo que se llama socialismo."

viernes, 21 de marzo de 2008

La Ley (I)

Releo estos días, alternando con Vida y destino, un pequeño ensayo de Frederic Bastiat llamado La ley. Extraigo algunos párrafos que vienen muy al hilo de lo que pasa en este mundo nuestro en el que parece que la democracia legitima cualquier ley y que cualquier tropelía, por el mero hecho de ser legal es legítima. Así se produce la incautación de nuestros bienes vía impuestos a mayor gloria de Pepiños y de Sorayos, burócratas del expolio de las clases medias para su beneficio personal y de los plutócratas que mandan aquí.

Dice Bastiat:

"No puede existir sociedad alguna sin el respeto más o menos profundo a las leyes; pero la condición más segura de que las leyes sean respetadas es que sean respetables. Cuando la Ley y la Moral están en contradicción , el ciudadano se encuentra en la cruel alternativa de perder la noción de Moral o el respeto a la Ley; calamidades a cual más grandes, y entre las cuales es imposible elegir.
Es tan propio de la naturaleza de la Ley el hacer reinar la Justicia, que Ley y Justicia son una cosa mismo en la mente de las masas. Todos sentimos una gran disposición a considerar lo legal como cosa legítima, hasta tal punto que son muchos los que equivocadamente quieren que toda justicia sea una derivación de la Ley. Basta, pues, con que la Ley ordene y sancione el despojo para que el despojo parezca justo y sagrado a muchos hombres. La esclavitud, la restricción, el monopolio, hallan defensores, no sólo ente aquellos a quienes favorecen, sino entre aquellos a quienes perjudica. Tratad de manifestar algunas dudas respecto a la moralidad de dichas instituciones, y se os replicará: "Sois un innovador peligroso, un utopista, un terco, un despreciador de las leyes; queréis derribar las bases sobre las que descansa la sociedad".

Zapatero no leyó a Bastiat, y si lo hizo, fue para reírse de él. Para él es más importante la norma que la Moralidad o la Justicia. Esto es lo que nos espera.