Mostrando entradas con la etiqueta Vargas Llosa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vargas Llosa. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de diciembre de 2010

Vargas Llosa en el Nobel

El mes de diciembre ha sido duro. Empezó con viajes, siguió con una trabajo atroz y desemboca en esta semana de Navidad, rumbo a otro año. Me ha dado poco tiempo a glosar todo lo que ha acontecido en estos días. Intentaré ponerme al día con algo de lo más destacado.

Lo primero que no quiero dejar pasar es el discurso de Vargas Llosa en la entrega de los premios Nobel.


Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.
...
Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.



Parte I




Parte II




Parte III

domingo, 21 de febrero de 2010

El arte de mecer


Al leer el artículo de Vargas Llosa hoy en El País no he podido evitar relacionarlo con la situación de la política y la economía en España.

"Mecer" es un peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinición y en el engaño, pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeciéndola, sumiéndola en una vaga confusión, dorándole la píldora, contándole el cuento, mareándola y aturdiéndola de tal manera que se crea que sí, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar y desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La víctima, si ha sido "mecida" con talento, pese a darse cuenta en un momento dado que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo que han hecho con ella. "Mecer" es un quehacer difícil, que requiere talento histriónico, parla suasoria, gracia, desfachatez, simpatía y sólo una pizca de cinismo.

Detrás del "meceo" hay, por supuesto, informalidad y una tabla de valores trastocada. Pero, también, una filosofía frívola, que considera la vida como una representación en la que la verdad y la mentira son relativas y canjeables, en función, no de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre las palabras y las cosas, sino de la capacidad de persuasión del que "mece" frente a quien es "mecido". En última instancia, la vida, para esta manera de actuar y esta moral, es teatro puro. El resultado práctico de vivir "meciendo" o siendo "mecido" es que todo se demora, anda mal, nada funciona y reina por doquier la confusión y la frustración. Pero ésa es una consideración mezquinamente pragmática del arte de mecer. La generosa y artística es que, gracias al meceo, la vida es pura diversión, farsa, astracanada, juego, mojiganga.

¿O no les parece a ustedes que nos están meciendo? Por cierto, el artículo merece la pena

sábado, 17 de noviembre de 2007

¿Victoria en Irak?


Es el título de un artículo de Vargas Llosa hace unos días en El País. ¿Y ahora qué hacemos, Z? Es sorprendente que las televisiones y los periódicos sólo han informado de Irak cuando ha habido atentados. No han informado de las rebeliones de los iraquíes contra los terroristas, de los avances económicos y sociales. ¿Por qué será que los medios de comunicación nos quieren transmitir siempre una visión pesimista de la sociedad? ¿No será que políticos y periodistas en siniestra alianza nos quieren tener asustados para que confiemos en unos y otros?


Penoso.


El artículo completo.


Alguien se atrevería a afirmar hoy, contra la impresión generalizada, que la intervención militar en Irak en vez de un fracaso catastrófico va cumpliendo con sus objetivos y ha alcanzado ya un punto de no retorno? Bartle Bull, experto inglés en el Medio Oriente, en el último número de Prospect, la prestigiosa revista londinense que dirige David Goodhart, publica un ensayo defendiendo esta tesis, titulado: Misión cumplida. Sus argumentos son polémicos pero nada propagandísticos ni demagógicos.



Bull pone de lado la cuestión de si fue errónea o acertada la decisión de intervenir en Irak -algo que decidirán en el futuro los historiadores- y se limita a hacer un cotejo entre la situación actual del país y la que reinaba allá hace cuatro años y medio, cuando Estados Unidos, Inglaterra y un grupo de países aliados decidieron acabar con la dictadura de Sadam Husein. Sostiene que en la actualidad las fuerzas de la coalición se hallan en Irak con la anuencia de un gobierno democráticamente elegido y con un mandato que la ONU ha venido renovando cada año desde mayo de 2003, la última vez en agosto pasado.
A su juicio, las metas estratégicas de la intervención se han alcanzado. Irak no se ha desintegrado y su unidad territorial y política parece ahora más firme que antaño pues el descentralizado sistema en marcha cuenta incluso con el apoyo de los kurdos, cuya vocación independentista ha mermado de manera radical. En vez de una dictadura, el país es una democracia en la que, en todas las elecciones celebradas, la participación popular ha sido enorme, por encima de la que caracteriza a las sociedades abiertas de Occidente, de modo que su gobierno tiene una indiscutible legitimidad jurídica y política. Y se ha dado una Constitución que garantiza una independencia institucional y libertades públicas que ni Irak, ni ninguno de sus vecinos, ha conocido en su historia. No ha estallado la guerra civil e Irán no ha ocupado Irak ni tutela su vida política. El país ha dejado de ser un peligro para la paz mundial y, aunque muy lentamente, va convirtiéndose en la primera sociedad árabe con elecciones libres, libertad de prensa, partidos políticos diversos y derechos civiles reconocidos.
La violencia, claro está, sigue causando terribles sufrimientos. Pero, aunque sea obscena la comparación, el número de víctimas de esta guerra y del terrorismo resultante -entre ochenta y doscientas mil se cifran los cálculos- está lejos de alcanzar el millón y medio de muertos que resultaron de las guerras, genocidios y represiones del régimen baazista de Sadam Husein. La inmensa mayoría de estas muertes ha sido obra de las matanzas ciegas e indiscriminadas contra la población civil cometidas por los terroristas extranjeros de Al Qaeda o los de organizaciones suníes y chiíes que guerreaban entre sí y trataban de neutralizar a la población civil mediante el pánico. Aunque este género de violencia probablemente se prolongue todavía durante buen tiempo -el número de fanáticos capaces de hacerse volar en pedazos con un camión o coche cargado de explosivos parece inacabable- ella ha perdido toda significación política y en la actualidad se ha convertido en un problema puramente local y policial. Ha ido disminuyendo poco a poco, y el hecho decisivo en su contra ha sido el distanciamiento y la ruptura crecientes entre Al Qaeda y la población suní, cuya alianza se fue enfriando a medida que los dirigentes suníes se convencían de que, al contrario de lo que creyeron al principio, las tropas norteamericanas e inglesas sólo abandonarán el país cuando el gobierno iraquí esté en condiciones de asegurar el orden y la paz. En otras palabras, de que Irak no será un segundo Vietnam.
Bartle Bull señala que la alianza entre Al Qaeda y otras sectas terroristas fundamentalistas -todas ellas más o menos identificadas con un wahabismo radical-, empeñadas en resucitar la pureza de costumbres y la ortodoxia doctrinaria "de tiempos del profeta", y los suníes del Baaz -un partido inspirado en el nacional socialismo de Hitler, no hay que olvidarlo- ansiosos de restaurar los privilegios de que gozaban en tiempos de Sadam Husein estaba condenada al enfrentamiento. El malestar fue creciendo cuando los fanáticos wahabistas extranjeros, en su furia puritana, empezaron a imponer en las zonas dominadas por ellos su rígida moral, prohibiendo el cigarrillo, asesinando a los vendedores de alcohol y a los jeques de las tribus, así como casando a la fuerza a las jóvenes con los "emires" del llamado "Estado islámico de Irak". La ruptura se consumó cuando los suníes comprendieron que podían encontrar una forma de acomodo y convivencia en el nuevo Irak donde la mayoría chií -tres veces más numerosa que la minoría suní- tendrá las riendas del poder.
Bull señala que la nueva política pragmática de los suníes ha hecho posible, por ejemplo, la notable transformación de la provincia de Anbar, durante buen tiempo una ciudadela de la resistencia y el terrorismo y ahora la más pacífica de todo el país. De las 18 provincias iraquíes, en la mitad de ellas la violencia se ha reducido a niveles mínimos o desaparecido. Este proceso debería acelerarse a medida que la población suní sienta, en los hechos, que su supervivencia no está amenazada en el Irak dominado por los chiíes y que su presencia tanto en las instituciones como en la vida económica, política y social se halla segura. Un paso en esta dirección, dice Bull, ha sido el acuerdo de principio entre chiíes, suníes y kurdos sobre la delicada cuestión de la distribución de los ingresos petroleros, que deberá confirmarse pronto con la firma de una ley, avalada por Estados Unidos, la Unión Europa y las Naciones Unidas.
Bull destaca algunos hitos claves en este desarrollo. La batalla entre suníes y chiíes desencadenada con la destrucción, por aquéllos, de la mezquita de Samarra. Fue el momento en el que la guerra civil generalizada pareció inevitable. Pero los suníes, cediendo al realismo, dieron marcha atrás cuando se vieron derrotados. A partir de entonces comenzaron, con discreción al principio y ahora de manera explícita, a pactar con los Estados Unidos y el gobierno de Maliki. Uno de los efectos de estos acuerdos ha sido el número creciente de suníes incorporados en los últimos meses al Ejército y a las fuerzas policiales iraquíes: cinco mil sólo en las últimas semanas. Al mismo tiempo, en un gesto de reciprocidad, el gobierno iraquí dio empleo en los servicios del Estado a otros siete mil suníes y reconoció el derecho a jubilación completa a todos los ex oficiales y soldados baazistas, con excepción de los 1.500 vinculados a crímenes y torturas, la mayoría de los cuales, por lo demás, están ya presos, muertos o han huido a Siria, Jordania y Arabia Saudita.
Este es un resumen muy sucinto del ensayo de Bartle Bull. Mi impresión es que, aunque pueda parecer demasiado optimista y aunque no subraye lo suficiente, entre sus consideraciones, las secuelas trágicas que sin duda tendrá para la reconstrucción de Irak y la normalización de su vida social la atroz hemorragia de vidas humanas y bienes causada por el terror, así como la emigración al extranjero de sus mejores cuadros, ejecutivos y profesionales, las perspectivas que el analista británico señala para el porvenir de Irak son probablemente exactas, aunque los plazos sean acaso más prolongados de lo que él cree. Sólo el odio tan extendido hacia los Estados Unidos explica ese consenso, entre los comentaristas y políticos occidentales y tercermundistas, de que, al igual que en Vietnam, las tropas norteamericanas terminarán partiendo a la carrera, expulsadas de Irak por los "resistentes" y la repulsa de la opinión pública internacional. Con todo lo sangrienta y dolorosa que es la situación sobre el terreno, lo cierto es que en Irak no son los Estados Unidos y Gran Bretaña sino las bandas terroristas las que van llevando ahora la peor parte. La contraofensiva última dirigida por el general Petraeus ha tenido incluso más logros de los esperados y, hasta el momento, no ha habido el menor retroceso. Y es claro que se hacían ilusiones quienes pensaban que con un triunfo demócrata en las próximas elecciones en Estados Unidos, vendría la desbandada. Hillary Clinton y Giuliani, los dos probables candidatos, han dejado bien en claro que a este respecto su posición es semejante: la retirada de las tropas se irá haciendo sólo en la medida en que el gobierno iraquí esté en condiciones de reemplazarlas tanto en la batalla contra el terror como en el mantenimiento del orden público. Si es así, yo también pienso que los enormes sacrificios hechos estos últimos cuatro años y medio por el pueblo iraquí no habrán sido inútiles.