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martes, 22 de marzo de 2011

Sí a la guerra

ZP ya se siente estadista al modo Azores. Se engoló, recibió al jefe de la ONU y dijo que había "dispuesto" que las FF.AA. se pusieran en marcha rumbo a Libia. Lejos quedan aquellos días del No a la guerra, el quién ha sido del 12M y demás farfolla propagandística. Es más, España ha entrado verdaderamente en guerra, pues cazas españoles "apatrullan" el cielo libio en misión de combate. Ya tenemos argumento para el quinto episodio de Torrente.

Lo intuíamos, pero ahora lo tenemos perfectamente claro: la guerra es legítima depende de quién sea el presidente de EE.UU. y de qué partido gobierne en España. ¿Habría apoyado ZP una guerra contra Libia si Obamesías no fuera el presidente de EE.UU.? Dudoso. ¿Dónde estaban las masas arengadas por Bardem y compañía? ¿Dónde están los de Animalario? ¿Y qué dice el corazón de Europa? Alemania no apoya la acción armada, Italia está a punto de retirar la autorización para utilizar sus bases.

¿Y el PP? no será capaz de poner al Presidente ante su propia contradicción y aferale que en tiempos de crisis se gaste el escaso dinero que queda en las arcas públicas en acciones militares sinsentido.

Y la última pregunta, ¿quiénes son estos demócratas anti-Gadafi? ¿No estaremos defendiendo a unos tipos aún peores que el sempiterno dictador?

Como dicen en La libertad y la ley, Libia no es Irak:

Libia no es Irak, porque Libia está en el Mediterráneo, frente a las costas italianas, a “escasa” distancia de las francesas, griegas o españolas. Libia no es Irak porque el gas o el petróleo libios no llegan a Europa en barco. Libia no es Irak porque los kurdos son unos parias cuyo levantamiento no tuvo tanto atractivo mediático. Libia no es Irak porque Gadafi no lleva bigote. Libia no es Irak porque Francia ahora sí está de acuerdo en atacar y por eso, y nada más, hay resolución favorable del Consejo de Seguridad de la ONU. Libia no es Irak porque ahora España sí que pretende entrar en acción durante los ataques, más allá de prestar bases y espacio aéreo. Libia no es Irak porque en España gobiernan los del No a la Guerra, y entonces lo hacía Aznar. Libia no es Irak porque ahora no son Israel o Turquía los únicos países de nuestro entorno en peligro de sufrir represalias enemigas ante nuestros ataques…

En lo único que se parecen Libia e Irak es en que en ambos casos una coalición de más de veinte países, mayoritariamente democráticos, apoya la intervención (en estas situaciones, siempre se llaman a sí mismos, Aliados). Libia se parece a Irak en que Alemania habitualmente condiciona su política internacional (y casi todo) a la necesidad electoral de sus gobernantes.

martes, 24 de junio de 2008

Periodismo a la española

Parece que las cosas en Irak no van tan mal como nos cuentan nuestros periódicos. El NY Times tenía un reportaje el domingo en el que reconocía que las cosas han mejorado notablemente y que el gobierno tiene mucho más peso político. Es largo, pero merece la pena leerlo. Esto es el NYT, que es uno de los periódicos más antibelicistas que hay en EE.UU. y claramente opuesto a la guerra de Irak.

De lo único que han informado los periódicos españoles en muchos meses ha sido de los esporádicos atentados que se han producido en ese país y que han dejado la violencia sectaria en mínimos en muchos años. Se nos oculta la realidad del mundo para mostrarnos sólo lo que les interesa a los directores de nuestros periódicos.

Lo que más me ha sorprendido hoy ha sido que en la portada de la edición de Madrid de El Mundo estaba como gran noticia de portada que un festival de cine porno se traslada a Madrid. ¡Qué gran noticia!

Por eso prefiero leer los artículos de opinión a las noticias. Al menos sabes a qué te enfrentas.

jueves, 10 de enero de 2008

Credibilidad

En qué quedamos, ¿eran 650.000 o son 150.000? Será que han resucitado 500.000 iraquíes desde marzo.

Vía Barcepundit

Carlos, éste sí que es corto, ¿no?

sábado, 17 de noviembre de 2007

¿Victoria en Irak?


Es el título de un artículo de Vargas Llosa hace unos días en El País. ¿Y ahora qué hacemos, Z? Es sorprendente que las televisiones y los periódicos sólo han informado de Irak cuando ha habido atentados. No han informado de las rebeliones de los iraquíes contra los terroristas, de los avances económicos y sociales. ¿Por qué será que los medios de comunicación nos quieren transmitir siempre una visión pesimista de la sociedad? ¿No será que políticos y periodistas en siniestra alianza nos quieren tener asustados para que confiemos en unos y otros?


Penoso.


El artículo completo.


Alguien se atrevería a afirmar hoy, contra la impresión generalizada, que la intervención militar en Irak en vez de un fracaso catastrófico va cumpliendo con sus objetivos y ha alcanzado ya un punto de no retorno? Bartle Bull, experto inglés en el Medio Oriente, en el último número de Prospect, la prestigiosa revista londinense que dirige David Goodhart, publica un ensayo defendiendo esta tesis, titulado: Misión cumplida. Sus argumentos son polémicos pero nada propagandísticos ni demagógicos.



Bull pone de lado la cuestión de si fue errónea o acertada la decisión de intervenir en Irak -algo que decidirán en el futuro los historiadores- y se limita a hacer un cotejo entre la situación actual del país y la que reinaba allá hace cuatro años y medio, cuando Estados Unidos, Inglaterra y un grupo de países aliados decidieron acabar con la dictadura de Sadam Husein. Sostiene que en la actualidad las fuerzas de la coalición se hallan en Irak con la anuencia de un gobierno democráticamente elegido y con un mandato que la ONU ha venido renovando cada año desde mayo de 2003, la última vez en agosto pasado.
A su juicio, las metas estratégicas de la intervención se han alcanzado. Irak no se ha desintegrado y su unidad territorial y política parece ahora más firme que antaño pues el descentralizado sistema en marcha cuenta incluso con el apoyo de los kurdos, cuya vocación independentista ha mermado de manera radical. En vez de una dictadura, el país es una democracia en la que, en todas las elecciones celebradas, la participación popular ha sido enorme, por encima de la que caracteriza a las sociedades abiertas de Occidente, de modo que su gobierno tiene una indiscutible legitimidad jurídica y política. Y se ha dado una Constitución que garantiza una independencia institucional y libertades públicas que ni Irak, ni ninguno de sus vecinos, ha conocido en su historia. No ha estallado la guerra civil e Irán no ha ocupado Irak ni tutela su vida política. El país ha dejado de ser un peligro para la paz mundial y, aunque muy lentamente, va convirtiéndose en la primera sociedad árabe con elecciones libres, libertad de prensa, partidos políticos diversos y derechos civiles reconocidos.
La violencia, claro está, sigue causando terribles sufrimientos. Pero, aunque sea obscena la comparación, el número de víctimas de esta guerra y del terrorismo resultante -entre ochenta y doscientas mil se cifran los cálculos- está lejos de alcanzar el millón y medio de muertos que resultaron de las guerras, genocidios y represiones del régimen baazista de Sadam Husein. La inmensa mayoría de estas muertes ha sido obra de las matanzas ciegas e indiscriminadas contra la población civil cometidas por los terroristas extranjeros de Al Qaeda o los de organizaciones suníes y chiíes que guerreaban entre sí y trataban de neutralizar a la población civil mediante el pánico. Aunque este género de violencia probablemente se prolongue todavía durante buen tiempo -el número de fanáticos capaces de hacerse volar en pedazos con un camión o coche cargado de explosivos parece inacabable- ella ha perdido toda significación política y en la actualidad se ha convertido en un problema puramente local y policial. Ha ido disminuyendo poco a poco, y el hecho decisivo en su contra ha sido el distanciamiento y la ruptura crecientes entre Al Qaeda y la población suní, cuya alianza se fue enfriando a medida que los dirigentes suníes se convencían de que, al contrario de lo que creyeron al principio, las tropas norteamericanas e inglesas sólo abandonarán el país cuando el gobierno iraquí esté en condiciones de asegurar el orden y la paz. En otras palabras, de que Irak no será un segundo Vietnam.
Bartle Bull señala que la alianza entre Al Qaeda y otras sectas terroristas fundamentalistas -todas ellas más o menos identificadas con un wahabismo radical-, empeñadas en resucitar la pureza de costumbres y la ortodoxia doctrinaria "de tiempos del profeta", y los suníes del Baaz -un partido inspirado en el nacional socialismo de Hitler, no hay que olvidarlo- ansiosos de restaurar los privilegios de que gozaban en tiempos de Sadam Husein estaba condenada al enfrentamiento. El malestar fue creciendo cuando los fanáticos wahabistas extranjeros, en su furia puritana, empezaron a imponer en las zonas dominadas por ellos su rígida moral, prohibiendo el cigarrillo, asesinando a los vendedores de alcohol y a los jeques de las tribus, así como casando a la fuerza a las jóvenes con los "emires" del llamado "Estado islámico de Irak". La ruptura se consumó cuando los suníes comprendieron que podían encontrar una forma de acomodo y convivencia en el nuevo Irak donde la mayoría chií -tres veces más numerosa que la minoría suní- tendrá las riendas del poder.
Bull señala que la nueva política pragmática de los suníes ha hecho posible, por ejemplo, la notable transformación de la provincia de Anbar, durante buen tiempo una ciudadela de la resistencia y el terrorismo y ahora la más pacífica de todo el país. De las 18 provincias iraquíes, en la mitad de ellas la violencia se ha reducido a niveles mínimos o desaparecido. Este proceso debería acelerarse a medida que la población suní sienta, en los hechos, que su supervivencia no está amenazada en el Irak dominado por los chiíes y que su presencia tanto en las instituciones como en la vida económica, política y social se halla segura. Un paso en esta dirección, dice Bull, ha sido el acuerdo de principio entre chiíes, suníes y kurdos sobre la delicada cuestión de la distribución de los ingresos petroleros, que deberá confirmarse pronto con la firma de una ley, avalada por Estados Unidos, la Unión Europa y las Naciones Unidas.
Bull destaca algunos hitos claves en este desarrollo. La batalla entre suníes y chiíes desencadenada con la destrucción, por aquéllos, de la mezquita de Samarra. Fue el momento en el que la guerra civil generalizada pareció inevitable. Pero los suníes, cediendo al realismo, dieron marcha atrás cuando se vieron derrotados. A partir de entonces comenzaron, con discreción al principio y ahora de manera explícita, a pactar con los Estados Unidos y el gobierno de Maliki. Uno de los efectos de estos acuerdos ha sido el número creciente de suníes incorporados en los últimos meses al Ejército y a las fuerzas policiales iraquíes: cinco mil sólo en las últimas semanas. Al mismo tiempo, en un gesto de reciprocidad, el gobierno iraquí dio empleo en los servicios del Estado a otros siete mil suníes y reconoció el derecho a jubilación completa a todos los ex oficiales y soldados baazistas, con excepción de los 1.500 vinculados a crímenes y torturas, la mayoría de los cuales, por lo demás, están ya presos, muertos o han huido a Siria, Jordania y Arabia Saudita.
Este es un resumen muy sucinto del ensayo de Bartle Bull. Mi impresión es que, aunque pueda parecer demasiado optimista y aunque no subraye lo suficiente, entre sus consideraciones, las secuelas trágicas que sin duda tendrá para la reconstrucción de Irak y la normalización de su vida social la atroz hemorragia de vidas humanas y bienes causada por el terror, así como la emigración al extranjero de sus mejores cuadros, ejecutivos y profesionales, las perspectivas que el analista británico señala para el porvenir de Irak son probablemente exactas, aunque los plazos sean acaso más prolongados de lo que él cree. Sólo el odio tan extendido hacia los Estados Unidos explica ese consenso, entre los comentaristas y políticos occidentales y tercermundistas, de que, al igual que en Vietnam, las tropas norteamericanas terminarán partiendo a la carrera, expulsadas de Irak por los "resistentes" y la repulsa de la opinión pública internacional. Con todo lo sangrienta y dolorosa que es la situación sobre el terreno, lo cierto es que en Irak no son los Estados Unidos y Gran Bretaña sino las bandas terroristas las que van llevando ahora la peor parte. La contraofensiva última dirigida por el general Petraeus ha tenido incluso más logros de los esperados y, hasta el momento, no ha habido el menor retroceso. Y es claro que se hacían ilusiones quienes pensaban que con un triunfo demócrata en las próximas elecciones en Estados Unidos, vendría la desbandada. Hillary Clinton y Giuliani, los dos probables candidatos, han dejado bien en claro que a este respecto su posición es semejante: la retirada de las tropas se irá haciendo sólo en la medida en que el gobierno iraquí esté en condiciones de reemplazarlas tanto en la batalla contra el terror como en el mantenimiento del orden público. Si es así, yo también pienso que los enormes sacrificios hechos estos últimos cuatro años y medio por el pueblo iraquí no habrán sido inútiles.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

La tergiversación de nuestra prensa


Ayer o anteayer todos los medios, especialmente las TV se hacían eco de la noticia de que Alan Greenspan acusaba a Bush de ir a la guerra de Irak por el petróleo (El País, El Mundo, ABC, etc.)


Sin embargo, a través de Barcepundit y de Cine y Política, leo la verdad de lo que quería decir Greenspan y es que él recomendó a la Casa Blanca que quitaran de en medio a Saddam por el bien de la economía mundial.


Por último la aclaración del LA Times:


But first we should clear the air about something. Greenspan claims that the quote was taken out of context. Greenspan called the Post -- Bob Woodward, no less -- to say that, in fact, he didn't think the White House was motivated by oil. Rather, he was. A Post story Monday explained that Greenspan had long favored Saddam Hussein's ouster because the Iraqi dictator was a threat to the Strait of Hormuz, through which much of the world's oil passes every day. Hussein could have sent the price of oil way past $100 a barrel, which would have inflicted chaos on the global economy.In other words, Greenspan favored the war on the grounds that it would stabilize the flow of oil, even though that wasn't the war's political underpinning. "I was not saying that that's the administration's motive," Greenspan told Woodward, "I'm just saying that if somebody asked me, 'Are we fortunate in taking out Saddam?' I would say it was essential."